Acostumbrados a recibir las consecuencias de nuestras acciones, educados por el valor de la productividad, los hombres y mujeres de nuestro tiempo tenemos serias dificultades para asumir la valía de lo simbólico, lo poético y lo libre.

La vida de fe se inscribe, precisamente, en ese ámbito de lo no computable. La relación personal con Dios, con consecuencias éticas en el comportamiento, que se inscriben y se escriben en el corazón y no en la razón, ni entiende, ni debe entender del mercado en el que se ha convertido nuestro mundo. Es más, cada vez que se ha dejado aproximar por los valores contables ha sentido, dentro de sí, el contravalor de la corrupción. Y es que la fe siente que cuando se mezcla con los “valores contables” se transforma, se contamina y se confunde.

Infundir y comunicar una ética, que transforme la vida desde los valores del Evangelio, es la raíz de la propuesta eclesial para nuestro tiempo. Es tan poderoso el mundo-mercado en el que estamos creciendo, que solo cambiará gracias a propuestas éticas nacidas del testimonio y no de bellos discursos o argumentos programáticos, que, desgraciadamente, nacen ya cansados, o caducos, o muertos.

Lo nuestro es la palabra encarnada en el gesto, la obra sincera como tono de vida, la propuesta como “gota que quiere ser océano”, que está reiterando que la vida puede ser diferente. La mirada de los seres humanos, los unos a los otros, puede ser sin evaluación ni recelo, sin reproche o rencor; puede ser la mirada fraterna de quienes se ven distintos, pero no enemigos.

Sí, es cierto. Se trata casi del mundo ideal. Aquel que anhelamos en los sueños para, al despertar, decirnos escépticamente: “¡Son sueños!, y la vida es otra cosa”. Pues bien, ha llegado el momento de decirle al mundo que tenemos sueños y que, además, esos sueños tienen posibilidad de hacerse vida y, al hacerse, de transformarla. Ha llegado el momento de superar la pereza del escepticismo y volver a creer. Solo quienes dejan de leer la vida como una sucesión de monedas, pueden leerla como una sucesión de milagros. Ha llegado el momento de superar la clasificación de los míos y los que están contra mí, porque la mirada al mundo y a la vida desde la fraternidad combate la miopía, la fragmentación y el sin sentido de un mundo dividido. Y aún más, la contradicción terrible y vergonzosa de una Iglesia dividida, una congregación seccionada o un grupo cristiano en lucha fratricida.

Infundir y comunicar una ética, que transforme la vida desde los valores del Evangelio, es la raíz de la propuesta eclesial para nuestro tiempo

Es el tiempo del signo, de la palabra no contaminada de la obra. Es el tiempo de dar y no gritar. Es tiempo de hacer porque sí y porque somos conscientes de haber recibido mucho; es tiempo de dejar que el principio evangélico que nos sostiene, recobre vida… y Dios que ve en lo secreto, nos dará vida.

Francisco Javier Caballero, CSsR
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