Cuando pretendemos dar razón de la felicidad, acabamos con ella. Como bien apunta José Tolentino Mendonça: “Nos conformamos con que sea un bien tan deseado como escaso. A menudo la miramos como miran la luna los mendigos, sin saber muy bien qué pensar de ella ni de nosotros, aceptando que quizá no pertenezca a este mundo, pero sin dejar de sentirnos confundidos al contemplar su brillo tan cercano”.

Solemos decir, con cierta frecuencia, que Dios nos quiere felices o que está empeñado en nuestra felicidad, sin embargo, no siempre la experimentamos. La pregunta es: ¿qué es para mí ser feliz? En la mayoría de las ocasiones, la respuesta sería conseguir aquello que no se tiene: un trabajo, un viaje, dinero, pareja… En definitiva, satisfacer carencias, pero ¿cuántas veces hemos conseguido lo que deseábamos y no nos ha revertido en felicidad? La insatisfacción está servida. Cuando conseguimos una cosa, se nos dispara el deseo de otra y por este camino nunca llegamos a la felicidad, sino a la frustración.

Tenemos cierto conocimiento de la felicidad, cuando somos capaces de recrear instantes plenos o intensos, en los que no echamos de menos nada y, sobre todo, a nadie. Pero son instantes. Por eso, frecuentemente, más que felicidad, buscamos plenitud y la plenitud no es algo que se posee o se atrapa en un instante de euforia, sino que se trata del impulso que sostiene la vida. Descrito con palabras cercanas se parece a la tranquilidad de sentirse bien con uno mismo, a vivir en coherencia y agradecidos por el don de la vida, a ser honrados y honestos con los otros, a no guardar rencor ni llevar cuentas del mal, a ser solidarios con los que más lo necesitan, a estar reconciliados con la vida y la muerte, a estar habitados por la armonía aun en las situaciones más difíciles… Se parece −también para los creyentesa haber descubierto cómo Dios nos va trabajando por dentro a cada uno y, al mismo tiempo, va iluminando hasta los lugares más recónditos de nuestra existencia. Plenitud es amar la vida y reconocer en las cosas más sencillas la grandeza de Dios.

La plenitud no es algo que se posee o se atrapa en un instante de euforia, sino que se trata del impulso que sostiene la vida

 Sor Blanca es una misionera que trabajó durante años en un orfanato en el Congo. La mayoría de los días no tenían nada para dar de comer a los niños. Pero cuando alguien dejaba un saco de arroz o harina en su puerta, hacían una fiesta, ¡ya tenían con qué alimentar a los niños! El papa Francisco nos recordaba en Evangelii gaudium la facilidad con la que se le puede dar una alegría a un pobre y qué difícil es dar una alegría a un rico. Felicidad y plenitud. Consumismo o la fuerza de lo pequeño. Si nos dejaran a la puerta un saco de arroz o de harina… ¿haríamos una fiesta?.

Francisco Javier Caballero, CSsR

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