DirectorLa vida está llena de impresiones, sensaciones y momentos. Vivimos tantas cosas y tan diferentes que no logramos procesarlo todo, ni mucho menos. Es, al final del año, una conclusión certera. Cuánto y cuántos han pasado por nuestra vida en este desgranar días que es la existencia.

Hay un tiempo para todo: para cantar y para llorar; para callar y para hablar; para hacer y para contemplar. La espera de la Navidad y su celebración es un tiempo de silencio, contemplación y fe. Es un momento para parar, abrir los ojos, ensanchar el corazón y recrear las ganas de vivir y confiar.

Va cundiendo entre todos que cuantas más posibilidades, más necesidad de sencillez y ralentización de las experiencias. Está adquiriendo cierta notoriedad la cultura de lo lento; capacitarnos para sentarnos, parar, contemplar y analizar lo que vivimos degustando el poso que nos deja.

Vivir en cristiano, por supuesto, es esto. Adquirir una capacidad especial para contemplar la realidad desde el plan de Dios. No se trata de acumular experiencias o cubrir etapas, sino de abrirnos a la profunda experiencia de historia de salvación en la que nos sabemos co-protagonistas con Dios. Nuestra portada de diciembre es el corazón de una flor de pascua. Seguramente no solemos reparar en ella. Nos quedamos con la belleza que evoca su conjunto, pero si no tuviese la armonía y la perfecta articulación desde un centro, no sería tal.

Nuestra invitación para este tiempo es la contemplación. Quedarnos con cada rostro y cada experiencia. Romper con la tendencia del anonimato y abrirnos a la sorpresa que guarda cada persona. En cada uno va tejiendo Dios ese milagro que es la propia vida y para los demás una posibilidad. Frente a quienes viven compitiendo o luchando o sospechando, nosotros podemos vivir queriendo, acogiendo y aprendiendo. Solo es necesario proponérselo y aprender a mirar. Quedarnos con el detalle que en cada situación y en cada vida nos recuerda que la felicidad reside solo en ser capaz de ver y agradecer al estilo de Dios.

Ha llegado el momento en el que las grandes ideas se hagan pequeñas porque empezamos a vivirlas. Se dice que nuestro tiempo se conmueve ante los grandes ideales, pero tiene dificultad para un sencillo “buenos días”, una caricia, un apretón de manos o unos minutos al lado de un enfermo. Estamos agotados de palabras, incluso de las buenas palabras. En familia, en la comunidad, en la parroquia, lo que teje la vida son solo dos cosas: el testimonio y la caridad. Para descubrirlos y encarnarlos, imprescindible la contemplación.

Ojalá Icono te recuerde que eres valiosa o valioso y que en Navidad, tú también eres contemplado en silencio y con amor por el mismo Dios. ¡Muchas felicidades!

Francisco Javier Caballero, CSsR

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