DirectorAcaba de concluir la primera parte de la Asamblea Sinodal sobre la familia. Habrá una segunda parte. Ahora es el tiempo de las consultas y el discernimiento. Es un tiempo necesario y útil. La Iglesia tiene que preguntarse –y responder– qué familia, y qué apoyo y comprensión
necesita.

A todos nos gusta la sociedad perfecta, la economía perfecta y la familia perfecta. Todos quisiéramos ser perfectos. La realidad, sin embargo, es que somos como Dios quiere que seamos. Y ahí, solo ahí, reside la posibilidad de la libertad y la felicidad.

Hemos comprobado cómo el concepto de familia cambia conforme a las experiencias vividas. Muchos recordamos nuestros orígenes y, en ellos, la vinculación religiosa como sostén y lazo. Hemos ido viendo y viviendo en las propias carnes que los lazos que parecían indisolubles, no lo son tanto y que además hay circunstancias nuevas que nos proponen la aceptación de otros vínculos, otros estilos y otras pertenencias. Aceptamos, sin caer en el «buenismo», que el concepto de estabilidad o rectitud no es unívoco. Pero seguimos creyendo que la estructura familiar es la base de una sociedad sana y madura. Y por ello queremos seguir luchando y reflexionando; ofreciendo ideas y sincera acogida.

Siguiendo al Papa Francisco tenemos que adecuar las estructuras de nuestra Iglesia al hombre y la mujer real. La que vive en nuestras calles, con precariedad laboral y con horarios, a veces, imposibles para la participación familiar en la convocatoria de la parroquia. Necesitamos preguntarnos qué ofrecemos y con qué calidad, de manera que muchos jóvenes buenos, con una fuerte solidaridad, no nos encuentran como el lugar lógico de desarrollo y crecimiento y, hoy, están fuera de la Iglesia. Tenemos que aprender a comprender y amar con ternura cada situación de nuestros contemporáneos, antes de ofrecerles nuestros juicios implacables de gente que se cree impecable sin serlo, o nuestras recetas de plástico que no sirven y que nacen de quien tiene la vida resuelta. El Espíritu Santo nos está diciendo que hay muchas madres solas que son evangélicas; algunas rupturas que nacen no del vicio, sino de la honestidad ante un contrato sin amor y algunas personas muy críticas con nuestros ritos y caridades, que nos enseñan, sin venir a la Iglesia, lo que seríauna pertenencia limpia, transparente y veraz.

El Espíritu habla en cada tiempo y lugar. Lo hace con palabras y signos comprensibles para su entorno. Lo que no se entiende o permite que las palabras discurran por trayectos distintos a los hechos, debe cuestionarse porque puede no estar inspirado. Nada es verdad porque lo llevemos sosteniendo años. La verdad está en Dios, Él la posee y la regala. Él la posibilita y ofrece y además permite que las personas, desde el diálogo y el discernimiento, la encontremos y sirva para el bien común. Vienen tiempos de mucha escucha, mucho contraste y crecimiento. Lo importante es crecer en la comunión y posibilitar la familia que, como Iglesia doméstica, Dios quiere. Vienen tiempos en los que nuestras parroquias y grupos deben esforzarse por crear ámbitos en los que las personas hablen de sí, de la propia experiencia, del propio camino. De las búsquedas, hallazgos y luchas. Una vez más, el Espíritu nos invita a perder el miedo, dejar a un lado el deber ser, para empezar a abrazar nuestro ser, el de verdad, el que somos. Ahí es donde está a gusto y nos recuerda la fuerza de su propia encarnación.

Francisco Javier Caballero, CSsR
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