La exhortación Amoris laetitia, de momento, ha movido más los titulares de prensa que las actitudes de la vida. Una vez más, el papa Francisco, con su estilo de liderazgo, desestabiliza y no deja indiferente a nadie.
Nuestra sociedad, de tanto progreso y bondad, es también la del ruido, la noticia y el sensacionalismo. Cada uno ha querido acercar un texto denso a sus posiciones previas. Así, una vez más, palpamos que lo que nos encontramos en el papel o en las redes es lo que muchos interpretan de lo que otros dicen que dijo el papa. Un lío.
No ha cambiado la doctrina de la Iglesia sobre la vida, el amor o el matrimonio. Solo ha cambiado la visión, la oportunidad y el contexto. Parece que no es mucho, pero es casi todo.
Lo que puede lograr la exhortación es que, de una vez, movamos nuestras posiciones hacia el encuentro con un Dios que hace camino con la humanidad. Con esta. Con la humanidad concreta que vive, sueña, lucha y busca la verdad. Ser cristiano y vivir como cristiano exige, por supuesto, convicciones profundas, pero por serlo son convicciones que se reconocen en cada ser humano, en cada situación o coyuntura.
No existen dos pares de pies exactamente iguales, aunque se acojan a la misma talla. Unos se sentirán oprimidos y otros tan sueltos que, también, encontrarán complicado caminar. No es difícil entrar en esta nueva perspectiva, no es “buenismo”, sino un itinerario de formación.
Amoris laetitia puede convertirse en una buena ruta pedagógica para toda la comunidad cristiana y, desde ella, para esta sociedad, también convocada al amor. Nos invita, como expresa la portada, a pisar en directo la realidad y hacerlo cada uno desde nuestro peso e historia. Nos estimula, además, a hacerlo juntos, en complementariedad y en comunidad. La convocatoria al amor abarca y empapa todas las formas de seguimiento: laicos solteros y casados, religiosos y religiosas, obispos y presbíteros estamos llamados a experimentar la alegría del amor y a dejarnos convertir por una experiencia transversal de donación. Estamos llamados a dejar de mirarnos, para dejarnos mirar por un Dios que nos ha creado por y para el amor.
Lo que puede lograr la exhortación es que movamos nuestras posiciones hacia el encuentro con un Dios que hace camino con la humanidad
En María podemos encontrar ese modelo para integrar lo divino y lo humano, lo comprensible y lo incomprensible, las familias cristianas “como María, son exhortadas a vivir con coraje y serenidad sus desafíos familiares, tristes y entusiasmantes, y a custodiar y meditar en el corazón las maravillas de Dios (cf. Lc 2,19.51). En el tesoro del corazón de María están también todos los acontecimientos de cada una de nuestras familias, que ella conserva cuidadosamente. Por eso, puede ayudarnos a interpretarlos, para reconocer en la historia familiar el mensaje de Dios” (AL 30 ).
Francisco Javier Caballero, CSsR
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