Páginas desdeICONO ABRIL-15

De camino hacia la Pascua, como les ocurría a los discípulos, dejamos en evidencia que seguimos sin captar el calado de su mensaje. Mientras Jesús anunciaba su pasión y muerte, ellos se disputaban el primer puesto; mientras ayunaba y oraba, dormían; mientras Jesús resucitaba, estaban escondidos por miedo…

Hoy, nosotros, herederos de esos discípulos, seguimos “dando palos de ciego”. Nos decimos creyentes y, a lo peor, creemos en nosotros y en nuestra fuerza. Nos decimos personas de fe y, quizá, lo único que tenemos son ritos sin vida. Hasta nos podemos creer solidarios, porque hemos aprendido a dar lo que nos sobra… Nos decimos muchas cosas, porque lo importante es llenar la vida de palabras, no sea que el silencio se haga insoportable. Alguna vez me he preguntado si sería capaz de aguantar la mirada de Jesús.

Se nos olvida que Jesús asimiló en su carne el odio, la mentira, la soledad, la incomprensión, la burla, la tortura y la muerte… Que su estilo de vida devolvió la dignidad a la mujer que ejercía la prostitución, al leproso, a la adultera. Que se atrevió a llamar “zorros” a los políticos de turno que abusaban de la gente. Que tachó de hipócritas a los jefes religiosos que predicaban una cosa y vivían otra… Y que todo ello le llevó a una muerte ignominiosa y de cruz.

El papa Francisco ha convocado el Año de la Misericordia “como tiempo propicio para la Iglesia, para que haga más fuerte y eficaz el testimonio de los creyentes” (MV 3). Es decir, para que los creyentes nos parezcamos más a aquello que estamos llamados a ser. Pero parece que todavía nos queda muy lejos… Miles de personas se acercan a las fronteras de Europa para salvar su vida. No vienen por la tele de plasma –como algunos quieren hacernos creer–, ni por nuestro sistema educativo, ni siquiera por el sanitario; vienen por un deseo tan humano como es el de tener y conservar la vida, la suya y la de sus hijos. Sin embargo, Europa, desde hace tiempo, parece estar en un “coma inducido” del que no quiere despertar. La Iglesia –en Europa– no está libre de padecer este mal y debería hacer un enorme esfuerzo por no ceder al letargo de una indiferencia todavía más dolorosa: la de las palabras vacías.

El Año de la Misericordia puede volverse en nuestra contra si no nos disponemos a que algo sea transformado por Dios dentro de nosotros. No podemos seguir recetando misericordia si no somos capaces de aplicarla en nosotros mismos y a nuestros hermanos. No podemos anunciar este año jubilar, mientras buscamos los primeros puestos: aparecer en la foto, recibir el reconocimiento y el aplauso, o creer que nuestro Dios, muerto en la cruz, se traduce para nosotros hoy bajo el nombre de “éxito”.

No podemos seguir recetando misericordia si no somos capaces de aplicarla en nosotros mismos y a nuestros hermanos.

No podemos ni debemos corromper las palabras del mensaje del Evangelio ni del papa Francisco. La misericordia, en la Iglesia, no es una moda, es la viga maestra de la misma y, por tanto, no podemos perder esta oportunidad maravillosa de conversión a la ternura. Si así no fuese, mostraríamos la medianía de muchas de nuestras opciones. Esta Cuaresma envuelta en misericordia nos da una oportunidad preciosa para despertar del sueño y correr hasta la aurora… de la verdad.

Francisco Javier Caballero, CSsR

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