El icono del Perpetuo Socorro -desde hace mucho tiempo- es prácticamente universal gracias a la labor de tantos misioneros, religiosos y laicos, que han extendido su devoción por todo el mundo. Extraño es el pueblo, aldea o ciudad donde no haya una iglesia que albergue en su interior la imagen de Nuestra Madre del Perpetuo Socorro.
En la sede de la Editorial PS somos testigos directos del cariño y arraigo de esta devoción en toda nuestra geografía.
María es la representación de la madre para todos, del vínculo que une a dos seres humanos para siempre. Es la que suscita admiración y sobrecogimiento. Ella conecta con sentimientos de infancia, familia, inocencia y, tarde o temprano, con el de ausencia. María, además, como madre de “el profeta Jesús”, es la única mujer que aparece en el Corán y es nombrada como la más grande de las mujeres. Todo ello muestra una experiencia universal y común, seamos creyentes o no, de respeto, veneración y agradecimiento.
Ella en su ser madre mostró un paradigma que trasciende el ámbito de nuestra fe para convertirse en la imagen por antonomasia de la maternidad. Supo explicitar, apenas sin palabras, que este camino no siempre es fácil o gratificante, sobre todo cuando es atravesado por el dolor, la incomprensión o el rechazo del fruto de su vientre. Convergen así en ella el amor, la ternura y la tragedia de tantas madres que contemplan a sus hijos enfermos, hambrientos o en tantas guerras que, desgraciadamente, siguen activas en nuestro mundo.
La fiesta de María, en su Perpetuo Socorro, no puede ser otra que la contemplación de la imagen del amor que trasciende y empatiza con las madres que sufren, la celebración que invita a no olvidarnos y a solidarizarnos con las situaciones donde la dignidad del ser humano es menoscabada, que nos hermana con el dolor de las madres ucranianas, o de Sudán Sur, Nigeria, Afganistán, Pakistán, Siria… donde la guerra, seamos conscientes o no de ella, sigue haciendo estragos. Mirar a María es, sin duda, hacer un compromiso transformador con la realidad, intentar paliar el sufrimiento de la manera que sea, con los medios que sea y de la forma que sea. No podemos separar la fe del contexto que nos ha tocado vivir. Nuestra esperanza mantiene viva la memoria de los últimos, de los que sufren y María con su hijo en brazos o en la cruz es el recuerdo, el reclamo y la evocación de nuestra esencia cristiana. Como decía el Papa Francisco en su homilía del día 1 de enero de 2019: “Necesitamos aprender de las madres que el heroísmo está en darse, la fortaleza en ser misericordiosos, la sabiduría en la mansedumbre”.
Que Santa María del Perpetuo Socorro un año más nos proteja y cuide a todos.
Francisco Javier Caballero, CSsR