Vivir la vida no es algo que se hace de forma lineal, siempre hay “subidas y bajadas” y a los seres humanos nos cuesta mucho aceptar la variedad de situaciones que se nos presentan.
El juicio de la memoria
Vivimos intentando controlar que no suceda aquello que creemos que no debería suceder, porque nuestra mente analítica y juzgadora por naturaleza, saca sus propias conclusiones acerca de lo que es deseable y lo que no, creándonos un estado de incertidumbre importante. Y lo curioso es que esa mente a la que tanto valor damos, solo posee ciertos datos y los interpreta basándose en otro conjunto de datos que existen en la memoria del pasado, aunque no tengan nada que ver unos datos con otros. Y es que en esta vida todo es dinámico y todo cambia en un segundo, con lo que nosotros tenemos que adaptarnos a la nueva situación, y hemos de estar dispuestos a cambiar, crecer, expandirnos y esperar porque todo llega y todo pasará.
A merced de las emociones
A todo esto, hay que añadir que el pensamiento es el que nos traiciona y su intervención nos puede dificultar tanto el disfrute de un plato de comida, o un concierto como el de conciliar el sueño por la noche, porque son las emociones las que impulsan nuestro estado de ánimo hacia arriba o hacia abajo. Estamos acostumbrados a situaciones rutinarias, en las que nuestro pensamiento es automático, pero cuando hay algo nuevo, cuando aparecen problemas de repente, caemos en el estado de incertidumbre o, lo que es lo mismo, “en una falta de certidumbre o falta de conocimiento seguro y claro” sobre algo que está afectando a nuestra seguridad. Y sabiendo que la seguridad es básica para nuestro equilibrio emocional, las situaciones de peligro o riesgo sostenidas en el tiempo son nocivas para nuestra salud. De ahí, que manejar la incertidumbre, es quizás, una de las emociones más difíciles de lograr, porque todo se tambalea a su alrededor y nos da la sensación de que no hay nada donde agarrarnos. El ejemplo más claro de esta situación es la pandemia que hemos pasado y que aún, estamos siendo víctimas de alguno de sus efectos secundarios, a pesar de vivir dispersos en el mundo puesto que ha afectado a todo el planeta.
La incertidumbre también llamada la “asesina silenciosa” está relacionada con esa necesidad que tenemos de saber qué va a pasar, de forma que nos podamos anticipar a un “futuro” y no nos pille desprevenidos. Es entendida como una motivación humana, es la que nos incita a confirmar que lo que pensamos o lo que nos dictan nuestros sentidos, es cierto. Para algunos eso de “no saber qué pasará” es insoportable, y los que la toleran mejor es porque tienen recursos cognitivos para resolverla. Eso se nota cuando vemos que nuestros hijos ante un examen importante, uno que tiene baja tolerancia a la incertidumbre, no descansa hasta saber la nota que ha sacado, mientras que puede haber otro hermano, que confía más en sus recursos y no se agobia hasta saber el resultado. Lo mismo pasa con las injusticias que vivimos día a día, que pueden generarnos incertidumbre sobre nuestro futuro o el de nuestros hijos.
Hacer frente a la inseguridad
La vida es una permanente exposición a lo inesperado y donde muchos ven problemas paralizantes, otros encuentran una oportunidad para evolucionar. Una buena gestión de la incertidumbre puede marcar la diferencia entre serenidad y angustia ¿Cómo podemos mejorar este estado de inseguridad?:
– Aceptar que el tener preocupaciones es algo normal. Y una vez aceptado recurrir a la confianza. Confianza en nuestras capacidades y recursos, ya que en el fondo todos somos “supervivientes” de muchas situaciones pasadas: Rescatando experiencias anteriores, evocando momentos donde hemos conseguido superar inconvenientes, conseguiremos rebajar el estado emocional.
– No tratar de adivinar lo que va a pasar en un futuro, intentando hacer frente a lo que cada día trae, siguiendo la máxima “a cada día su afán”. Hay gente que piensa que la incertidumbre es algo negativo, porque por el bien de nuestra supervivencia necesitamos tener respuestas: “¿qué pasará con la guerra; qué va a ser de nuestros
hijos; habrá trabajo para los nietos?”. Todo esto crea inseguridad y la idea de encontrar respuestas a nuestras preguntas, va en aumento.
– Esperar, aunque esto no suele ser uno de nuestros puntos fuertes, y los resultados pueden ser múltiples. Aferrarnos a un solo resultado puede aumentar nuestra incertidumbre y por tanto nuestro sufrimiento. Y es que desde la Psicología Social esa necesidad de dar un “cierre” a lo que nos está preocupando, o dar una respuesta rápida a algo, cuyo contenido ya de por sí confuso o ambiguo, nos acabará creando un estado de ansiedad.
– Tampoco hay que perder energía quejándonos. Las quejas y los lamentos son absurdos y no sirven para nada más que para instalarnos en el victimismo y restarnos poder de acción. Enamorarse del sufrimiento no conduce a nada, más que a compadecernos de nosotros mismos y a paralizarnos a la hora de buscar una solución.
– Centrarnos en metas sencillas y seguir estrategias que estén a nuestro alcance. Deben ser flexibles porque las situaciones cambian y a veces, las soluciones las trae el paso del tiempo sin que intervengamos en nada.
– Buscar la información justa y no tratar de indagar en fuentes que no conocemos.
– Seguir con nuestras actividades habituales, permitiéndonos momentos de relajación y descanso.
– Interpretar la situación como un desafío. Es lo que hacen las personas tolerantes, flexibles, curiosas y no “pensadores de blanco o negro” y sobre todo, no interpretar el futuro como algo amenazante.
John Lennon tenía una frase muy significativa: “La vida es eso que pasa mientras hacemos planes” y es que pasar el tiempo planificando, supone vivir con los pies en el futuro y cerrar los ojos a los instantes que tenemos delante.
Abrazar la realidad
Deberíamos vivir la vida desde su grandeza y abrazando las situaciones buenas, neutras y malas, lo cual nos ayudará a entender la realidad y a darnos cuenta del poco o nulo poder de control que tenemos sobre ella. Cada día es un regalo que deberíamos agradecer puesto que estamos aquí para aprender. Oscar Wilde, así mismo, nos dejó una frase que podría ayudarnos: “La incertidumbre (lo que no es previsible) es lo que nos cautiva. La bruma hace que las cosas sean maravillosas porque nos hace pensar mejor”. Y es que esa sensación de no saber lo que va a pasar o lo que va a venir es lo que permite que la vida y las cosas tengan un sentido. Si somos un poco observadores nos daremos cuenta de que vivimos rodeados de innumerables incógnitas y las preguntas se siguen añadiendo a la lista. Sin ir más lejos hay otros temas globales como el cambio climático o la situación económica del mundo que corren la misma suerte y lo mismo pasa con las incertidumbres personales desde las financieras y sociales hasta las existenciales.
Ana Rodríguez Ortiz
Terapeuta de familia