En la estación de autobuses, sentado en un banco, me encuentro con un señor de unos sesenta años. Se sienta a mi lado y me pregunta si voy a Granada. Así, tímidamente, comienza a hablar del tiempo, la política, de todo un poco, hasta que me confiesa que hace años estuvo en la cárcel y que, en prisión, una religiosa le dio a conocer a Jesucristo, lo enseñó a rezar y lo invitó a participar en la eucaristía. Antonio nunca había sido creyente, aunque estaba bautizado, ni tampoco ateo; andaba enredado en otras cosas. Pero a partir de ese encuentro, algo cambió en su vida que le hizo acercarse a Jesús y a la Iglesia. Me dejó inquieto este compartir espontáneo y vinieron a mi memoria las palabras del papa Francisco: “Invito a cada cristiano, en cualquier lugar y situación en que se encuentre, a renovar ahora mismo su encuentro personal con Jesucristo o, al menos, a tomar la decisión de dejarse encontrar por él, de intentarlo cada día sin descanso” (EG, 3).

Recuerdo que por esas fechas los medios de comunicación se hacían eco de la celebración de la I Jornada Mundial de los Pobres, en la que el papa invitaba a no pensar en los necesitados solo como destinatarios de una buena obra de voluntariado, para acallar nuestra conciencia, sino a introducirnos en un verdadero encuentro con los pobres, que dé lugar a un compartir, que se convierta en estilo de vida para nosotros. Es más, decía: “Si realmente queremos encontrar a Cristo, es necesario que toquemos su cuerpo en el cuerpo llagado de los pobres, como confirmación de la comunión sacramental recibida en la eucaristía”. Tocar a Cristo, tocando al pobre. Reaccionar ante la cultura del descarte y hacer nuestra la cultura del encuentro. Acercarnos a los pobres que viven a nuestro alrededor y brindar, no solo solidaridad, sino también cercanía y amor ¡Menuda propuesta de Adviento nos hace Francisco!

Por esos días se hacía famosa la abuela de Chamberí, una mujer de 85 años que dormía en la calle y a la que un grupo de jóvenes propinaron una brutal paliza una noche de juerga. Flor, que así se llama, dormía en un banco y se tapaba con cartones. A partir de esta noticia, los vecinos se han hecho cargo de ella por turnos: le dan de comer entre todos, le proporcionan ropa e incluso algunos le han buscado una pensión donde poder pasar la noche. Esta atención al prójimo es la que nos salva, es la

que nos saca de nuestro ego y nos recuerda que en el ser humano se puede dar lo peor y lo mejor de esta vida.

“Si realmente queremos encontrar a Cristo, es necesario que toquemos su cuerpo en el cuerpo llagado de los pobres”

Se acerca la Navidad, que también es esa feria del consumismo que hemos convertido en un “y yo más”. Quizá sea un buen momento para estar atentos a la realidad, ver y mirar en clave de encuentro, agradecer todo lo que tenemos, desear no caer en la espiral del tener más, compartir o, simplemente, dejarnos interpelar por Antonio, por Flor y por tantas otras personas invisibles que nos permiten, solo con tocarlas, acariciar a nuestro propio Dios que viene en debilidad.

 

¡No dejemos pasar esta oportunidad!

 

En nombre de todos los que hacemos la revista Icono: ¡Feliz Navidad!

 

Francisco Javier Caballero, CSsR

director@revistaicono.org