Cuando el verano casi toca a su fin hacemos memoria agradecida de todo lo vivido durante este tiempo. Quien más y quien menos habrá tenido unos días para cambiar de ritmo, sosegarse e incluso lanzar una mirada contemplativa a este mundo nuestro.
La impresión que esta visión nos provoca, en primer lugar, puede ser de estupor o incredulidad, de impotencia o lamento: ¡qué horrible todo lo que cuentan las noticias! La segunda mirada puede ser de tranquilidad al contemplar nuestro círculo más cercano y decirnos: “los míos están bien”, “aquí no ocurren estas cosas… mi país está bien a pesar de los políticos”. Sin embargo, estas “amenazas” no están tan lejos como creemos. Baste recordar al sacerdote francés, Jacques Hamel, degollado mientras celebraba la eucaristía en su pequeña parroquia de Normandía; los repetitivos atentados del ISIS en Siria, Libia…; la cruenta guerra en Sudán del Sur y en tantas otras zonas del planeta donde la vida ha dejado de tener valor desde hace mucho tiempo. Y es que la cuestión no es la distancia física o geográfica, la cuestión es la cercanía de corazón con todo aquel que sufre. Ingenuamente pensamos que solo nos afecta lo que ocurre cerca o en los próximos, sin embargo, en este siglo XXI todo es ambiguamente próximo y distante a la vez. Vivir en cristiano, en clave de humanidad, es descubrir que esas personas de carne y hueso, con nombre y apellidos, con familias, luchas y trabajos también sienten, padecen, disfrutan y viven como nosotros. La tarea de Europa no es protegerse, es ofrecer. Si algo tiene nuestro poso cultural y el trayecto de siglos y culturas conviviendo en un mismo lugar, es poder ofrecer hoy, sencilla y claramente, humanidad y acogida. Afortunadamente todavía hay personas a las que el dolor de los lejanos les toca de cerca y acuden a ser bálsamo allí donde la humanidad está siendo violentada. Es verdad que también hay algunos que comercian con la miseria y desesperación de otros para hacerse ricos. Eso se combate con el compromiso tuyo y mío cuando reconocemos a quien piensa diferente como hijo de Dios.
La tarea de Europa no es protegerse, es ofrecer.
Este mes de septiembre nos detenemos en una mirada, la de la joven de nuestra portada. Una chica anónima entre los miles de la JMJ en Cracovia. En medio del ruido y desorden, entre rezos y cantos, levanta la mirada hacia el horizonte e intenta encontrar respuestas a algo tan hondo como el sentido de la vida. La encrucijada en la que se encuentra nuestra humanidad, por paradójico que parezca, solo hallará resolución cuando provoquemos que la gente se pare, mire a lo alto y piense. Menos palabras y muchas menos recetas. ¡A buscar el sentido de la vida y descubrir la fraternidad!
Francisco Javier Caballero, CSsR
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