La contemplación tiene una capacidad inédita de transformación. El ruido crea un “ecosistema” de confusión en el que paradójicamente llegamos a sentirnos “en casa”. Sin embargo, el ruido ambiental, afectivo y de mercado mantiene nuestras vidas en una búsqueda extenuante de una paz que nunca llega. Decimos buscar la serenidad y, sin embargo, padecemos avidez de noticias, cuantas más mejor. Música, plataformas de TV, internet con sus inmensas posibilidades, nos convierten a los habitantes de este siglo en personas solas que pululan por los espacios sin chocar… y sin convivir. Si a ello añadimos nuestros ruidos interiores, nuestros miedos y complejos… tenemos la combinación perfecta para buscar, constantemente, estímulos que nos liberen de la ardua tarea de convivir con nosotros mismos.
La propuesta cristiana es una propuesta de vuelta a la vida. Un reconocimiento de los valores que siempre están y que, frecuentemente, a causa de los ruidos, pasan inadvertidos. Todos los días, amanece y al declinar, el sol descansa. Todos los días, nuestro planeta se regenera y crece, cambia y ofrece nuevos signos de vida. Todos los días, en muchos rincones de la tierra, también en tu ciudad, hay un hombre, una mujer, que sin hacer ruido ni buscar publicidad, ayuda a quien no tiene medios, limpia a un enfermo, consuela a un atribulado o despide a un moribundo. Y esto no suele aparecer ni en las grandes cadenas, ni en los grandes medios. Todo esto, se percibe y gusta desde la contemplación y el silencio.
En nuestros grupos y comunidades también ha entrado el ruido. Valoramos lo que suena y a quien suena. Sin embargo, algo muy nuestro sería la capacidad para detenernos, para hacer silencio y disfrutar de esa riqueza, tan plural, que somos cada una de las personas. Nuestras comunidades tendrán algo que decir a esta sociedad anónima, cuando ellas dejen de albergar anónimos independientes que se juntan sin contagiarse jamás de humanidad.
Un criterio para ser discípulo o discípula no es, por supuesto, saber mucho. Tampoco cacarear palabras “de moda”, mucho menos cuidar el protagonismo que siempre amenaza nuestra realidad… Un criterio valioso es ser contemplativo, disfrutar el instante, valorar cada gesto, agradecer el don de la vida que, a borbotones, nos llega en cada encuentro. Un criterio, el gran criterio, es que en nuestros grupos desaparezca el ruido que confunde y aísla, y llegue la paz que levanta y reconoce.
Porque sabemos, y nos proponemos que así sea, que vivir en misión no es gritar verdades, sino vivirlas de tal manera y con tal arte, que todos se sientan impulsados a practicarlas. Vivir sin ruido es contemplar, y contemplar la vida es el compromiso más arriesgado para poner, todo lo que nos rodea, en clave de evangelio. Porque el gran cambio de nuestro mundo, no es hacer más cosas, sino aprender a verlas de otra manera.