Cuando miramos al Icono del Perpetuo Socorro por primera vez, pensamos que la protagonista del Icono es María, ya que ella ocupa la mayor parte de la imagen. Ciertamente es ella la que abre un espacio comunicativo entre quien mira y su hijo. Es la que invita a entrar en contemplación con la mirada.
Esto es así porque los ojos de María están dirigidos a quien mira, pero no para que la contemple a ella, sino para que esa mirada sea devuelta a su Hijo. Ella proclama el mensaje de Dios, pero el centro del icono es Jesús mismo. Su cuerpo está completo en la imagen a diferencia del de María. Este dato es muy importante porque María está entre nosotros y está con nosotros… camina, sufre, se alegra y, sobre todo, sabe cumplir la voluntad de su Hijo: «Mujer, ahí tienes a tu hijo» (Jn 21,15).
ELLA ES NUESTRA MADRE
Ella vive la preocupación por cada uno de nosotros. Lo vemos claramente en los Evangelios y lo percibimos también desde los inicios de la Iglesia. La maternidad de María no es solo de su Hijo sino que es una maternidad extendida y extensible a todo ser humano. María invita, reúne, congrega, protege, hace familia, acoge y quiere a todos sus hijos dispersos por el mundo. Ella, como toda madre, tiene un papel fundamental en la construcción de esta gran familia que es la Iglesia. Un Redentorista australiano que estuvo en las Islas Filipinas notó que mientras observaba a las personas arrodilladas y suplicando ante el Icono de nuestra Madre del Perpetuo Socorro, él la imaginaba haciendo lo imposible para abrazar y bendecir a sus hijos que lloran por diversos motivos. Ella consolaba a cada uno con su abrazo maternal asegurándoles la misericordia y el amor que su Hijo Jesucristo, el Perpetuo Socorro. Ella dice continuamente a sus hijos: «Haced lo que él os diga» (Jn 2,5).
UN EJEMPLO DE ORACIÓN
María es un ejemplo de oración como una persona que atesora cada relación con la que ha sido donada. Esto es lo que la mantiene unida a Dios y le ayuda a conservar fielmente su «si», es decir, hacer la voluntad de Dios para siempre. Y esto recuerda el eslogan popular del Santuario del Perpetuo Socorro de Baclaran en Filipinas, que decía: «Un devoto de la Virgen es ya un misionero». O dicho de otro modo, no se puede venerar a María y no anunciar el misterio de amor de su hijo, sería imposible…
Cuando encontramos a María y ella empieza a ser importante para nosotros se crea un vínculo que no se rompe jamás. Pero pronto nos damos cuenta de que ese vínculo conlleva una serie de consecuencias. Tarde o temprano la oración, como una relación, nos llevará a convertirnos en personas que necesitan poner en acción el profundo conocimiento y experiencia del Perpetuo Socorro de María, nuestra Madre. La persona que está convencida de ser un verdadero hijo de María entiende que Dios ama a todos sus hijos y que él/ella tiene que hacer algo para que todo el mundo lo conozca y experimente. Esta persona entiende rápido que en la familia de Dios junto a nuestra Madre del Perpetuo Socorro y con el Cristo Redentor, mucho bien se puede hacer y mucho bien queda por hacer. Por tanto, la verdadera justicia, la reconciliación, la paz, la alegría y la abundante misericordia está llamada a ser una propuesta activa de cada hijo e hija de Dios.
Hna. María Victoria V. Flores, MPS
Artículo publicado en ICONO en junio de 2019