Así lo llamó Leopardi. Un hombre, uno de los pocos en los que ha coincidido el poder y la sabiduría, escribe algo antes de dormir, lo repite, da vueltas sobre ello, lo escribe cuidadosamente. Son anotaciones sueltas, breves, apenas unas líneas.
Una “gimnasia literaria”
Algo, intuimos, que no quiere que se le olvide. Unas pocas palabras que a fuerza de ser repetidas y acariciadas terminen formando parte de él mismo. Es pura gimnasia, puro ejercitarse. Lo que escribe, ni es un libro ni se llama así. Marco Aurelio lo escribió poco antes de morir en el 180 pero pasó inadvertido durante siglos hasta que aparecieron algunos fragmentos en la Souda del historiador Suidas. Desde ese momento su fama ha ido creciendo, incesante, y hasta hoy. Algunos tenemos la sospecha de que son unos verdaderos ejercicios espirituales. Marco Aurelio no quiere convencer a nadie, quiere convencerse a sí mismo, vencerse a través de la repetición, del hábito, de volver a ello, de regresar una y otra vez a lo que considera esencial. Como si fuera un mantra; conviene recordar que mantra en sánscrito significa protección. Busca protegerse de un mundo que inevitablemente considera hostil.