Desde pequeño, aprendí a rezar el Rosario como parte de mi herencia religiosa familiar de raíz italiana. Me acostumbré de tal forma a esa oración que la rezo hasta hoy. Durante mucho tiempo me fue posible rezar el Rosario completo todos los días.
Conversando con un sacerdote amigo, le dije esto: “Hasta que vine acá, prácticamente rezaba las tres coronas”, o sea, los tres grupos de misterios. “Acá no; suelo rezar sólo una corona. Más no me da el cuero, por cuestión de tiempo y todo lo demás. Pero siempre, todos los días, rezo el Rosario, y lo recomiendo a la gente”. Justifico esa devoción mía de una manera muy simple: “El Rosario me hace bien”.