El concilio Vaticano II supone un antes y un después para el laicado y redefine su propia vocación dentro de la iglesia. De una manera sucinta, una persona laica es aquella que ha recibido el bautismo y trata de buscar el Reino de Dios allá donde vaya, en todas y cada una de las situaciones profesionales y particulares como la familia y los amigos. A fin de cuentas, un bautizado es hijo del Padre en todo momento y lugar. De ahí, que no esté mal revisar nuestra identidad como cristianos y reevaluar nuestro compromiso con Dios y nuestra corresponsabilidad con la Iglesia. Sin duda esto podría guiarnos a vivir más acordes a nuestras creencias, con mayor coherencia.
Un Señor, una fe, un bautismo (Efesios, 4, 5). “Estamos llamados a vivir como cristianos en una sociedad plural como la de hoy”, decía hace apenas unos meses el Papa Francisco. Somos conscientes de que no vivimos en una sociedad cristiana, pero esto no debiera impedir vivir como Jesús nos enseña en el evangelio. Por ello, es necesario realizar una actualización de la vida de Jesucristo y una lectura orante para conocer que es lo que quiere Dios de cada uno de nosotros. Cualquiera de nosotros está llamado al apostolado para anunciar la buena noticia y participar corresponsablemente en la misión que compartimos con los consagrados para crear una Iglesia acogedora, más participativa y más misionera. Igual solo hay que dar un pequeño paso, acercarse a nuestras parroquias o santuarios y colaborar en grupos de formación, de voluntariado, de acompañamiento o de animación litúrgica… y la verdad, con los misioneros Redentoristas lo tenemos muy fácil, pues se caracterizan por ser cercanos y acogedores, siguiendo el carisma de San Alfonso. Cuando acabó de hablar dijo Jesús a Simón: “Lleva tu barca mar adentro y echa tus redes para pescar” (Lc 5, 4).
Carmen Martínez