Pedro se hace testigo de que aquel imposible para los hombres, era posible para Dios: “Ya ves que nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido”.
Pobre Pedro, que ni siquiera sospechaba lo que aún le quedaba por dejar, lo que aún le quedaba por aprender, lo que aún le quedaba por amar, lo que aún le quedaba por perder…
Allí, en aquel camino de Galilea, el único que lo había dejado todo era Jesús: “Con ser de condición divina, no hizo alarde de su categoría de Dios, al contrario, se despojó de su rango, y tomó la condición de esclavo, pasando por uno de tantos”… “Con ser de condición divina”, lo había dejado todo por seguirnos la pista, por buscar ovejas perdidas, porque el Padre nos amaba, y en Jesús nos había dado un sacramento de la totalidad de ese amor.
El “todo” de Pedro era sólo un aprendiz de “todo”. El evangelio me obliga a pensar que hay una relación necesaria entre seguimiento de Jesús, entrada en el reino de Dios, y evangelio para los pobres. Y algo me dice que en todo ello –seguimiento, reino y evangelio- vamos siempre de aprendices.
Santiago Agrelo