Di al Señor: «Refugio mío, alcázar mío, Dios mío, confío en ti».
En Cristo, tu Hijo, tú te pusiste junto a nosotros para librarnos: éramos ciegos, y él nos abrió los ojos para que te viéramos en tus criaturas, y nos abrió el oído para que escucháramos tu palabra, y nos soltó la lengua para que cantáramos tus alabanzas.
En Cristo, tu Hijo, tú estuviste con nosotros, nos defendiste, nos glorificaste; en él, en tu único Hijo, tú, Señor, nos resucitaste de entre los muertos, nos justificaste, nos salvaste.
En Cristo nos has dado tu palabra, tu gracia, tu justicia; en él nos has escogido para que tengamos vida, para que en tu casa seamos libres con la libertad de tus hijos…
Cristo Jesús es para nosotros la tierra de promisión a la que tú nos has llevado por la fe, la tierra en la que somos hijos tuyos, la tierra en la que tú nos amas, en la que somos tus herederos, “una tierra que mana leche y miel”.
Ésa es hoy nuestra profesión de fe delante del Señor: somos hijos en el Hijo de Dios.