Haciendo memoria de experiencias vividas recuerdo -hace años, en un lugar de cuyo nombre no quiero acordarme- una Nochebuena un tanto cutre. Una cena de un grupo cristiano preparada sin mucho decoro ni cariño, a la ligera… yo era joven y nuevo y no me atreví a intervenir mucho ni a preparar nada. Manteles de papel, platos de plástico y poco esmero en cuidar detalles o algo de decoración. Me sumé a la dinámica sin más. Pero aprendí la lección. Al año siguiente me ofrecí voluntario a preparar yo la mesa de Nochebuena. Y busqué la vajilla de fiesta, las copas, los cubiertos especiales que estaban olvidados y bien guardados en el armario para “alguna ocasión especial”. De una de mis hermanas oí que “vivir es una ocasión especial”, así que mejor no guardar nada para un futuro incierto y voluble.
Reservarse o derrochar, ¿cuál será más propia de la fe?
Víctor Chacón, CSsR