Por Paloma Caballero
Periodista
El ser humano aspira siempre a una vida mejor y migra, a veces obligado por la pobreza y las guerras. Intentar detener ese fenómeno al que algunos acusan de atentar contra la seguridad y el bienestar de las sociedades ricas, es ponerle puertas al campo. En la Historia, las personas que emigraron, voluntariamente o no, contribuyeron al desarrollo con mano de obra, ideas e incluso la religión.
Hoy, la inmigración rica es bien aceptada, pero la de países cada vez más empobrecidos es utilizada políticamente para obviar carencias y conseguir el poder.
En un país como España, donde la radicalización contra el emigrante pobre (aporofobia) aún no es tan elevada como en otros países, la última encuesta de octubre sobre la inmigración, mostró que le preocupa al 41 por ciento de la población, un 16 por ciento más que un año antes. Más que el cambio climático, la inflación o las guerras.
Aunque solo el 5 por ciento de los 700.000 inmigrantes llegados a España en 2023 llegó por mar y el resto lo hizo por avión u otros medios, las repetitivas imágenes de televisión que entran en los hogares, disparan la percepción de una “invasión” de personas hacinadas en cayucos, embarcaciones primitivas dedicadas antes a la pesca y que las mafias dedican ahora a un negocio más rentable. No pocas familias africanas se empeñan para comprar un espacio.
El recelo y rechazo al inmigrante se fomenta en las redes sociales, por las que se informan sobre todo los jóvenes de entre 18 y 26 años y entre los que los varones mayoritariamente ven reforzada su creencia de que la inmigración aumenta la delincuencia y se beneficia de los servicios públicos.
Educación y pedagogía positiva contra mentiras
Solamente un buen sistema educativo desde la niñez hará que los jóvenes sepan rechazar mentiras y bulos que se propagan en las redes sociales. Los especialistas destacan que los países democráticos necesitan poner en marcha una pedagogía de lo positivo que supone la diversidad y la multiculturalidad.
En España, país que fue emigrante, la economía se beneficia de la inmigración rica y de la pobre. Del 70 al 80 por ciento de los trabajadores en hostelería, construcción y cuidados son inmigrantes y el 50 por ciento de la población pide que se regule y sea legal.
La iglesia trabaja en el mundo con proyectos de acompañamiento a migrantes y refugiados en situaciones y lugares muy críticos y adonde llegan personas con todo tipo de dificultades a las que con su ayuda material y espiritual contribuye a integrar socialmente.
El África que sufre y emigra
Por ejemplo, en Portugal, los misioneros combonianos reparten comida y mantas en las estaciones de autobuses de Lisboa, donde se hacinan inmigrantes subsaharianos. Comida y mantas “pues el gobierno no tiene un sistema que les alcance”, dijo a ICONO el sacerdote mozambiqueño Crespo Cabral. En dos parroquias lisboetas de su congregación, el 70 por ciento de los fieles son inmigrantes africanos, añadió.
En la ex colonia portuguesa de Mozambique, desde 2017 la violencia yihadista de grupos que afirman pertenecer al Daesh (grupo terrorista wahabita que sigue una doctrina heterodoxa del Islam suní) destruyó miles de pueblos y obligó a huir a más de un millón de personas “llevando en las cabezas todo lo que consiguieron salvar”, destacó el obispo de Pemba, Antonio Juliasse.
Los grupos yihadistas ganan terreno en la zona del Sahel y aumentan los desplazados. En Mali, Burkina Faso y Níger muchos cristianos están atrapados entre el extremismo y las juntas militares que les gobiernan. Y Sudán del Sur, la República Democrática del Congo, la República centroafricana y Somalia, entre otros, sufren las guerras.
En Nigeria, el país más poblado de África con 182 millones de habitantes (el 46,2 por ciento cristianos), una treintena de sacerdotes fueron secuestrados y algunos asesinados por la violencia de grupos armados que persiguen a los cristianos y los sumergen en la gran pobreza.
La América que emigra y recibe
El sacerdote jesuita Julio Villavicencio explicó a la comunidad hispana en Bruselas el trabajo que efectúan en la zona fronteriza entre Brasil, Uruguay y Argentina con quienes llegan, tras cruzar numerosos países, y algunos quedarse en ellos, al no haber logrado “el sueño americano” y emprender la ruta hacia el Cono Sur.
“Muchos se sienten fracasados por no haber entrado en Estados Unidos o haber sido deportados. Son proyectos de vida fallidos. Pero, hay acuerdos tradicionales entre países que facilitan su instalación como es el caso de los emigrantes de Cuba que llegan a Uruguay”, añadió.
Gestos de quienes fueron emigrantes y dan gracias por la ayuda recibida son gratificantes, como al que asistí: “Tome padre 100 euros para ayudar en su labor. Fui emigrante. Por favor, denos su bendición. Soy colombiano, mi esposa ecuatoriana y nuestros dos hijos peruanos”, dijo con emoción.