Después del precioso Himno al amor de 1 Corintios 13 muy leído en todos los matrimonios, nos encontramos con 1 Cor 15: “Pues yo soy el último entre los apóstoles y no merezco el título de apóstol, porque perseguí a la Iglesia de Dios. Gracias a Dios soy lo que soy, y su gracia en mí no ha resultado vana, ya que he trabajado más que todos ellos; no yo, sino la gracia de Dios conmigo”. Leemos esto y quedamos perplejos. ¿Qué le ocurre a San Pablo? ¿Se le mezclan las ideas? ¿Tiene doble personalidad? Por un lado, el “no soy digno” y “no merezco el título de apóstol”. Pero a renglón seguido declara: “Por la gracia de Dios soy lo que soy, y su gracia no se ha frustrado en mí”, no se ha desperdiciado, “he trabajado más que todos los apóstoles”.
¿Qué ocurre? Ocurre que Pablo trata de guardar un equilibrio difícil, pero necesario, al que por otra parte, todos estamos invitados. El necesario equilibrio entre reconocer mi fragilidad y mis pobrezas, en el caso de Pablo su pasado como perseguidor de la Iglesia. Y por otro lado, reconocer lo bueno que la gracia de Dios ha hecho en mí, y en San Pablo sin duda la gracia obró maravillas y le hizo un misionero incansable y un predicador persuasivo y convincente.
Decía Santa Teresa de Ávila en esta misma línea de San Pablo que somos “pecadores amados” o “fragilidad amada”. No solo “pecadores”, no solo “fragilidad”… A veces se ha insistido demasiado en nuestras catequesis y homilías en el polo negativo y gris de nuestra humanidad. Hemos olvidado la luz, la gracia, los dones y obras que Dios va haciendo en nosotros porque nos ama. Y así tenemos a mucho cristiano “con la autoestima baja” y el ceño fruncido. Es triste tener un enfoque tan sesgado que no es capaz de valorar y reconocer, para poder alabar y agradecer.
Hemos de recuperar en nuestras comunidades el discurso de Pablo sobre la gracia. Hacernos amigos y colaboradores de esta preciosa faceta que es otra forma de llamar al Espíritu Santo. Descubrir talentos y capacidades, dones y oportunidades que el Buen Dios va suscitando en nuestra vida, en nuestra Iglesia y en nuestro tiempo. Para que al final, podamos decir como San Pablo: “Por la gracia de Dios soy lo que soy y su gracia no se ha frustrado en mí”.
Víctor Chacón, CSsR