Cuando creíamos que se había tocado fondo, en cuanto al exterminio de nuestros semejantes se refiere en el siglo XX, el actual no está siendo nada halagüeño para los derechos humanos y para la defensa de los más débiles. Y es que el ser humano es capaz de lo mejor y de lo peor. Es increíble la capacidad de bondad, de entrega, de gratuidad, de solidaridad que tienen tantos hombres y mujeres que dan su vida por los demás sin pedir nada a cambio. Sin embargo, no es menos increíble el ansia de poder, de dinero, de control, de egoísmo de tantos otros. Ese es nuestro barro. Un barro enamorado como diría el poeta, pero también, a veces, un barro agrietado por el odio y la animadversión hacia nuestros semejantes.
Nos hemos acostumbrado a desayunar, comer y cenar con imágenes de la guerra de Siria, con inmigrantes siendo expulsados de nuestras fronteras, con africanos agazapados en el bosque de Ceuta esperando una oportunidad o con niños ahogados en nuestras playas… y Europa, en vez de dar un paso adelante en la defensa y protección de los más débiles, cada vez se protege más ante la pretendida “invasión”. Somos flacos de memoria, no recordamos que la Biblia está llena de personas errantes, que la propia familia de Jesús tuvo que emigrar a Egipto, que lo que somos ahora es una mixtura de razas, pueblos y religiones que han configurado nuestro ADN, pero que no nos han hecho comprender la riqueza de nuestra identidad común.
En medio de la enmarañada situación política actual, necesitamos buscar y encontrar una verdadera experiencia de Dios. No podemos quedarnos en las frías estadísticas, ni en los meros intereses económicos o partidistas, ni vender nuestra fe a ideologías crepitantes. Necesitamos percibir a Dios con otro espíritu, con otra finura y cordialidad, con otra admiración y veneración… con una razón cordial. Así podremos darnos cuenta de que la humanidad no camina sola o a la deriva, aunque a veces lo parezca. Una presencia misteriosa y amorosa nos acompaña, está con nosotros a lo largo de toda la historia, porque “tú amas a todos los seres y no odias nada de lo que has hecho; si hubieras odiado
alguna cosa, no la habrías creado… Señor, amigo de la vida” (Sb 11,24).
Una presencia misteriosa y amorosa nos acompaña, está con nosotros a lo largo de la historia
Jóvenes que viajan a otros países a echar una mano, voluntarios que organizan su tiempo gratuitamente para ofrecerlo a los demás, casas de acogida que permanecen abiertas, comedores sociales que siguen dando un plato de comida, personas anónimas que visitan enfermos… todos ellos ponen rostro al Dios de la vida, reconciliado con la humanidad y cuajado de esperanza.
Feliz verano a todos.
Francisco Javier Caballero, CSsR
director@revistaicono.org
[highlight]La barca de la Iglesia [/highlight]
[highlight]Ante el cansancio y la incredulidad de los discípulos, Jesús les invita adentrarse en el mar y echar las redes de nuevo (Lc 5,4-6). Nuestra portada es una barca varada en la arena de una playa solitaria. Tal vez los discípulos han perdido la esperanza y necesitan escuchar nuevamente la voz del Maestro que los convoca en torno a sí para, en su nombre, echar nuevamente las redes…[/highlight]