Hace muy poco y a “bocajarro” me preguntaron: Tener fe ¿cambia la vida? Todavía me resuena algo que no me deja tranquilo. Descubrí que mi respuesta pertenece más a la estantería de lo esperado, que a la vivencia de quien confía. El papa Francisco continuamente nos recuerda la necesidad de pasar de lo aparentemente “correcto”, manifestado en una fe acomodada e indolente, sin preguntas ni respuestas, marcada por el sopor de la rutina o el “nada puede cambiar”, a las actitudes de quien confiesa que su vida está habitada por Jesús, el Hijo de Dios, que por cada uno de nosotros ha muerto y resucitado.
Quizá el desencuentro con la pregunta viene del cambio de vida. Troquelados por un mundo con solución para todo, también puede ser entendida así la fe. Desde siempre, ha sido tenida como refugio para quien no era capaz de afrontar la vida o los retos de la existencia. Una de las clarificaciones previas de toda comunidad cristiana es justamente esa…, todo menos el refugio de quienes se esconden de la responsabilidad por miedo.
Tener fe cambia la vida, porque le devuelve su esencia. El vértigo de dejarte hacer, el caminar en providencia, que es incertidumbre y esperanza, sabiendo, sin saber, que no conoces el final, pero es un final escrito por Dios. La fe cambia la vida, la forma de gozarla y compartirla, los valores que la sostienen y las soledades que la acechan. La fe es sentido y contenido. Trabajar los valores de la fe, compartirlos y permitir, desde ellos, que nazca la disponibilidad para el cambio, el compartir solidario y el tiempo regalado sin medida es entender que, efectivamente, creer cambia la vida.
El problema de la frase es lo dominado que tenemos el lenguaje, la pérdida de significación, el consumo de palabras o el vacío en el que hemos podido dejar a Dios. Seguimos padeciendo una “profundísima crisis de lo creíble” y, ahí, lógicamente entra la experiencia de Dios. Tener fe cambia la vida cuando es la fe la clave de lectura de la existencia. Cuando se llena de palabras con vida porque responde a experiencias compartidas, a gestos regalados, a amor. Porque la fe es amor. Y esa es la bisagra, el gozne que hace renacer nuestra pertenencia comunitaria, cristiana, y nuestra mirada sincera a la Cruz como fuente de vida y de criterio.
¿Quieres que cambie tu vida a la sombra de la cruz?
Hijos e hijas de este tiempo fortalecemos una experiencia de Dios profundamente endogámica y egoísta. Todo pasa por lo que veo, vivo y siento. El cambio es dejarnos contemplar, reconocer y amar por la sombra de resurrección que nace de la Cruz. Este año podemos fijarnos y descubriremos que la sombra de la resurrección tiene forma de comunidad, tiene forma de cruz. La gran lección de la Pascua no es otra que el compromiso de dejar que la fe renueve la vida, nos transporte del ego-sistema, solo para mí, al eco-sistema, para ser con otros y otras.
Nuestra portada es esa cruz, dolor, paso, puente, luz, vida, reconocimiento, resurrección, fraternidad. Es todo. La acogida sincera, el abrazo sin duda que Dios ofrece a cada uno para que la fe, de verdad, cambie la vida. Nuestra vida.
¡Feliz Pascua de Resurrección!
Francisco Javier Caballero, CSsR
director@revistaicono.org