Páginas desdeICONO ABRIL-15Dice la sabiduría que la cara es el espejo del alma y, dentro de ella, la mirada ocupa un lugar privilegiado. Un lugar insustituible para conocer al ser humano. Hay miradas desafiantes y retadoras,
miradas engreídas, las hay también pegadas al suelo –tal vez por timidez- o apuntando al cielo –tal vez por anhelo de Dios–. Están las miradas inocentes de los niños, las perdidas de los deprimidos, la mirada triste del que carece de libertad o la indiferente del apático… Están las miradas vivas y despiertas de los jóvenes… y están las miradas pacientes de los mayores… Están las miradas infinitas de los sabios y las miradas dulces de los enamorados. Está la mirada recogida del místico y la mirada frívola del indolente… Hay tantas clases de miradas como personas y estados de ánimo, y toda mirada no deja de ser un signo elocuente de nuestro ser.

De todas ellas, se me olvidaba, tal vez, la más importante, la mirada de Jesús. ¿Imaginas cómo sería? ¿Cómo nos sentiríamos al ser mirados por él? ¿Qué ojos tendría Jesús? Dicen los teólogos que Jesús es “la mirada de Dios al mundo”. Los evangelios nos hablan de las distintas miradas de Jesús. Por ejemplo, la mirada triste al contemplar cómo el joven rico dio media vuelta, la mirada interpelante que proyectó en Zaqueo hasta el punto de cambiarle la vida, la desesperación de su rostro al ver a los mercaderes en el templo, la paz que sintió al contemplar los lirios del campo, la aceptación de la mirada traidora de Judas o la cobarde de Pedro. La mirada desde la cruz… Y, por último, la mirada blanca y nítida que le devuelve a la
vida. La resucitada. La definitiva.

El Dios que devuelve la vida a su Hijo es el mismo Dios que nos regala el tiempo y la vida. Inauguramos un nuevo año y, aun sabiendo que generalizar no es justo, hay demasiado odio y rencor, demasiada guerra y, sobre todo, demasiada indiferencia en cómo miramos el sufrimiento ajeno. Decía Aristófanes que si las mujeres gobernasen no habría guerras. La mayoría de nuestra Iglesia –pueblo de Dios– está formado por mujeres. El papa Francisco ha invitado a un grupo de expertos a reflexionar sobre la posibilidad de que las mujeres puedan ser ordenadas diaconisas.

Abrir paso a que las mujeres ocupen también puestos de responsabilidad no por imperativo legal, sino por la dinámica de comunión, que es el signo de la Iglesia. Para eso nosotros tenemos un referente único e irrepetible: el mirar de María. Ella es la mirada que hace posible lo aparentemente imposible, el signo de la esperanza, la oportunidad para los descartados.

No se trata de “equilibriosde género”, sino de hacer claro el signo

de amor y la verdad de la comunión

En una sociedad tan ideologizada como la nuestra, la mirada de María es, y puede ser, la mirada de la Iglesia, que devuelva oportunidades, que acoja y sea madre, que entienda a todos sin desentenderse de nadie.

En una sociedad como la nuestra, la voz de las mujeres en la Iglesia, puede devolvernos la oportunidad perdida de saber ser acompañante de los procesos humanos, siempre diferentes y desconcertantes y, sin embargo, necesarios. Es la mirada de la madre que guarda para cada hijo la palabra oportuna y el gesto de amor absolutamente único, privilegiado e infinito. No se trata de “equilibrios de género”, sino de hacer claro el signo de amor y la verdad de la comunión. Y ese don lo dejó el Señor en la mujer y su capacidad para ser misericordia en la comunión.

¡Feliz Año Nuevo!

Francisco Javier Caballero, CSsR
director@revistaicono.org