Aunque no son tiempos de aniversarios, nos parece que hay hechos que tienen su valor. Hace 150 años que la Santa Sede entregó a la Congregación Redentorista el Icono del Perpetuo Socorro y además de ser una efeméride con solera, es un gesto evangélico.
Desde aquella fecha, año a año, día a día, en el corazón de cada redentorista se dibujó, de manera imborrable, el rostro de una Madre que acoge, comprende y cuida la humanidad. Aquella que, pendiente de sus hijos, se desvive, de forma particular por los que peor lo pasan: enfermos, tristes y cansados; decepcionados, hundidos y marginados han encontrado, por medio de la congregación, casa, acogida y misericordia en María del Perpetuo Socorro.
Aquel don entregado, el Icono, no ha descansado de hacer un trayecto de ida hacia el necesitado. Nuestra congregación y la creatividad misionera que despliega, tiene un solo objetivo: ofrecer la salud de Dios, allí donde falta o se oculta; u otros la niegan. Aquella confianza del Papa Pío IX con los Redentoristas, hace ya 150 años, ha vivido el milagro multiplicador. Infinidad de lugares, algunos muy conocidos, pero muchos minúsculos, hoy están significados por el amor de Dios con un Icono del Perpetuo Socorro que alguien llevó y cuidó con una sola motivación: la fe.
Nuestra portada es la mano de un niño que se agarra confiada a su madre. Los signos de Dios tienen la fuerza y el poder transformador parecido. El niño es en esperanza confiada de quien lo protege; los signos de Dios parece que no cambian la realidad, ni la fuerzan. Son pequeños, a veces hasta ocultos… pero como ocurre con este 150 aniversario, tanta generosidad constante, callada y entregada, da su fruto y, hoy, sería imposible hacer un recuento de dónde está presente el Perpetuo Socorro.
Son los nuestros, tiempos sin memoria. Vivimos a ritmo de vértigo. Todo pasa apenas sucedido. Consumimos imágenes, acontecimientos y, hasta, encuentros. Sin embargo, lo valioso, lo que toca la fibra profunda de la persona no se borra, aunque se desdibuje; no se oculta, aunque se despiste; no desaparece, aunque se confunda. Quien ha sentido cómo su corazón lo ha tocado el Socorro de Dios, que es María, no lo perderá nunca… como la alegría del Evangelio. Esa es la confianza y la seguridad de nuestra revista; es también el homenaje callado y profundo que, en este aniversario, brindamos a tantos redentoristas anónimos que no se preocuparon de su nombre, sino del de María, para que su beso llegase a todos los que sufren.