Son tantas las noticias de muerte que algunas veces necesitamos recordarnos sencillamente que hay vida. El tiempo se despereza, la noche huye y comienza la vida. Es la resurrección que se anuncia cuando seguimos viviendo lo de siempre, pero con otra luz. Ser cristiano consiste en anunciar a la humanidad que hay que ver las cosas con otra luz para que el color y la diferencia nos grite que estamos vivos.
Caminar hacia la resurrección no significa tener la vista preparada para lo extraordinario. Confiar la fe en acontecimientos sorprendentes, en encuentros magníficos o en mucho ruido y mucha gente, nos desconcierta y termina convirtiendo la fe en lo que no es, la confirmación de las seguridades humanas. Caminar hacia la resurrección nos dirige por los caminos y veredas de la vida llenas de pendientes; de cuestas y altibajos, desiertos, con la confianza puesta en una luz tenue y persistente que pone el acento no tanto en los logros cuanto en la esperanza. Lo valioso de este tiempo de resurrección no es lo logrado, sino lo que esperamos.
Podemos comprobar que hay vida cuando somos capaces de esperar. Cuando a pesar de lo que nos sale mal, seguimos confiando. Cuando damos la palabra y en ella va la seguridad de no fallar. Cuando no medimos el tiempo en la escucha o cuando cambiamos de opinión atendiendo lo que el otro necesita. Hay vida cuando descubrimos que no hay dinero ni seguridad tan grande como contar con un corazón amigo. Cuando experimentamos una fuerza misteriosa que nos impulsa a decir la verdad, aunque ésta signifique que no somos tan fuertes, ni tan buenos. Hay vida cuando la recreamos y compartimos, cuando la valoramos en los viejos y en los niños, cuando la reconocemos en cada ser por el hecho de haber sido regalado por Dios.
Hay vida y no hay que darla por supuesta. Cada vez que lo hacemos, terminamos tratándola mal o descuidándola. Nuestros grupos y celebraciones lo son reconociendo el don de la vida que sostiene Dios. Creer que basta con que nos organicemos y nos propongamos logros, no es cuidar la vida. Ésta nos pide, en cada minuto, mucha atención, contemplación y sosiego. Nos pide admiración y respeto. Solo así, en cada persona, en nuestras comunidades, en las parroquias, en los colegios, en toda la sociedad… recuperaremos el aliento de la esperanza. Habremos entendido la resurrección que es tan posible y misteriosa como animarnos, unos a otros, a recrear la vida.
Encontraremos siempre algunos que desconfíen, calculen o critiquen… Lo nuestro no puede ser eso. Lo nuestro es activar el recuerdo de la vida: «¿no ardía nuestro corazón?» Y mostrar, con una sonrisa, que la resurrección, al lado del compromiso y la solidaridad, se manifiesta en algo tan sencillo y tan caro como una sonrisa que anuncie vida.
Francisco Javier Caballero, CSsR