El realismo profético en la Cuaresma

Otro tiempo especial, otros propósitos… luchas interiores y exteriores que se suceden en este terreno frágil que es la vida.

Celebramos esta cuaresma en contexto todavía de guerra e incertidumbre; en una sociedad

crispada y con una realidad amenazante para las economías más débiles. Celebramos esta cuaresma en ambiente de sinodalidad dentro de nuestra Iglesia y con las propuestas conocidas para prepararnos adecuadamente para vivir la gran semana de la mano de Jesús.

Y es que estamos vivos. Quizá el gran propósito de nuestra cuaresma no tenga que ser otro, sino ser un poco más conscientes de qué significa vivir y compartir la vida. Ser responsables con ella y, sobre todo, aceptarla –no entenderla– como un bien, en el cual se manifiesta explícitamente el compromiso de Dios que nunca se desentendió de la humanidad ni, lógicamente, de tu vida y de la mía. Aceptar la vida como es y no pintarla como nos gustaría, es un necesario realismo profético para la Iglesia de nuestro tiempo.

Muchas de nuestras programaciones son sueños de un deber ser alejados del día a día que viven las personas. El realismo profético nos pide abrazar la realidad con sus luces y sombras; con su generosidad y egoísmo porque justamente ahí es donde Dios puso su elección: en la verdad de lo que somos.

Es evidente que estamos caminando hacia un porvenir de fraternidad y verdad; pero también es evidente que lo vamos haciendo entre sombras. A veces, incluso, parece que vamos hacia atrás. Caminamos hacia Dios, integramos la solidaridad como estilo de vida… pero no dejamos de ser egoístas. Hablamos en nuestros grupos y parroquias de la integración del excluido… pero ¿no seguimos teniendo excluidos próximos? Es la vida… y la línea de la conversión siempre necesita ser contemplada con respeto, amor y paciencia porque es difícil de valorar…

Nos ocurre en la contemplación de la realidad social. Hay actitudes que nos merecen todo el respeto, porque son las nuestras, y vistas en otros, contrarios, nos parecen repulsivas.

También en la vida de la Iglesia… somos la comunidad cristiana que ha descubierto el valor de la sencillez y la opción por los últimos, pero nos sorprendemos con una campaña misionera con un rostro de la prensa del corazón o nos gastamos una millonada para el altar de la JMJ… Todavía esta transformación de la comunidad cristiana para ser fermento de sinodalidad y humildad tiene que desprenderse de mucha ficción.

Todo se comprende desde la línea fina que marca la conversión.

Además, ha de ser contemplada en la vida y desde la vida. Aceptando que todos están–estamos– intentando un acercamiento a Jesús. Quizá el primer paso consista en trabajar ese realismo profético y ofrecernos como somos, sin voluntarismos ni adoctrinamientos, diciéndole a Jesús: Estos somos, así somos… danos luz, entra en nuestra vida y danos fuerza para amar el cambio que quieres, esperas y podamos realizar.

Pero, sobre todo, danos fuerza para amar nuestra realidad que es la única que tenemos para llegar a ti.

 

Francisco Javier Caballero, CSsR

 

El desierto, además de un lugar físico, es también una situación vital, de encuentro consigo mismo, de revisar y

reorientar la vida.

Es un tiempo para discernir, tomar decisiones, preguntarse hacía dónde camino y con quién.

Y en este «con quién» habría que incluir a las personas, a la comunidad creyente y al mismo Dios:

¿Qué pintan realmente en mi vida?