Eclesiastés no es un nombre propio, sino de oficio: el Predicador, el presidente de la asamblea. A falta de saber quién es la persona aludida, y autor del libro bíblico, mantenemos el nombre tradicional: Eclesiastés, palabra griega que traduce el término hebreo Qohélet. Que sea hijo de David –de Salomón–, rey de Jerusalén (Qo 1,1), es una ficción literaria. Que sea anciano, es una conclusión a la que se llega tras una lectura atenta del libro, que no es para jóvenes, sino para quienes ya han alcanzado cierta edad. La finalidad del Qohélet es hacer balance de la vida humana: ¿qué sentido tiene?, ¿qué valor?.
¿Merece la pena vivir?
El autor no habla de oídas, sino por experiencia personal. Allá donde no ha llegado la experiencia, se avivan los sentidos. El Predicador contradice el consejo que a veces nos dan o damos: “No hay que dar vueltas”. Él va y viene, mira y remira, ensaya y repite el ensayo, gira y vuelve a girar…, hasta llegar a la conclusión reiterada: “¡Vanidad de vanidades!: ¡todo es vanidad!” (Qo 1,2; 12,8). ¡Cuánto desencanto…! Después de haber visto y revisto, mirado y remirado todo, el Predicador concluye: todo es soplo o viento, vacío o nada, vaciedad o irrealidad, fatuidad, un puro fantasma. Dicho de otro modo, la vida se parece a un péndulo que oscila entre opuestos. ¿Es tediosa la existencia?, ¿merece la pena vivir?
Es imposible leer todo el libro. Para asomarnos a la experiencia del Predicador, es suficiente fijarnos en algún pasaje. Diría que el lema del Qohélet es este: “Ver para vivir”. ¿Y cómo vivir? “Todo tiene su tiempo y sazón” (Qo 3,1). Sin embargo, no es lícito al ser humano esperar tediosamente la llegada de lo que ha de venir. En vez del hastío, el gozo de vivir. La vida confina con la muerte. ¡Cuán presto se desmorona la morada terrenal o cuán limitado aparece el ser humano que ha alcanzado la vejez! Ver, vivir, ser anciano y morir son las etapas que he elegido para escuchar la voz del Predicador. Llegados al final de la enseñanza,habrá que añadir un ligero complemento a la voz del Predicador: nuestros ojos moribundos se abrirán a la luz cenital del cielo nuevo.
Ver para vivir
Cualquiera que se asome a la historia humana verá cómo una generación se va y otra viene. Con este incesante ir y venir el autor se refiere, de forma delicada, a la muerte y al nacimiento. La muerte, he ahí el gran tema y problema que preocupa al Predicador. ¡Cómo contrasta la sucesión de generaciones con la estabilidad de la tierra! La tierra permanece quieta. En el primer cuadro se subraya el fluir, la inconsistencia; en el segundo pasa a primer plano la seguridad y fijeza: “Una generación se va, / otra generación viene, / mientras la tierra siempre está quieta” (Qo 1,4). Es una enseñanza genérica.
Vengamos a algo más concreto: el sol. Es llamativo. Apenas abre sus puertas la aurora, aparece el sol en toda su espléndida belleza y con su salida parece que resucita el universo. Pero llegan las tinieblas. La noche se echa encima y con ella se anticipa el reino de la muerte. Todo se paraliza. ¿Faltará el sol a su cita diaria? Nunca lo ha hecho. Se ha puesto por el poniente, unas horas después saldrá por levante. ¿Y qué ha sucedido mientras tanto? Ha tenido que fatigarse para llegar puntual a la cita: “Sale el sol, se pone el sol, / jadea hasta llegar a su puesto, / y de allí vuelve a salir” (Qo 1,5). Así un día y otro ¡Tanto esfuerzo para nada…! Viene a ser como la noria: vueltas y más vueltas, pero sin sacar agua, con los cangilones vacíos.
Nuestras vidas son ríos
Del sol sabemos en qué dirección camina. Del aire, más accesible y cercano, no sabemos ni eso. Vemos, más bien, que camina y gira sin rumbo fijo: “Camina al sur, gira al norte, / gira y gira y camina el viento” (Qo 1,6). El viento está en movimiento incesante, sin rumbo fijo y sin saber para qué. ¿No es un esfuerzo y un movimiento inútil?
“Nuestras vidas son los ríos / que van a dar a la mar, / que es el morir”, escribía el poeta de Paredes de Nava. Efectivamente: “Todos los ríos caminan al mar, / y el mar no se llena. / Llegado al sitio adonde camina, / desde allí vuelven a caminar” (Qo 1,7). Todo es un sinsentido. Las aguas fluyen y fluyen hacia el mar, y este nunca se llena. ¿Para qué continuar fluyendo?
Los ámbitos, apenas mencionados, plantean preguntas acuciantes al Predicador y a todos nosotros: ¿Para qué está en este mundo?, ¿cuál es el sentido de la vida humana?, ¿qué relación existe entre la fe en Dios y los grandes problemas que acucian al ser humano?, etc. El Predicador necesita ver para vivir. Es la necesidad de todo ser humano: es imprescindible que nos preguntemos acerca de nosotros mismos para ser conscientes de nuestra vida y también de nuestra muerte.
Á n g e l A p a r i c i o R o d r í g u e z , c m f
Nuestros ojos moribundos se abrirán a la luz cenital del cielo nuevo