No es matemático, pero buena parte de la vida se nos escapa «mal vivida» por falta de percepción, o visión, o carencia de ángulo. La naturaleza nos brinda lugares y oportunidades, los miradores, en donde liberados de obstáculos uno percibe la belleza, el horizonte, la amplitud… casi la eternidad.
Tener visión no te garantiza que todo lo que te encuentres sea en sí bello, pero sí te proporciona la perspectiva necesaria como para no magnificar lo circunstancial y, mucho menos, a tratar de creer que la parte es el todo. Te ofrece sensatez y el gusto exacto por como las cosas son y no por la impresión que, en su momento, te pudieron causar.
La vida orientada y recreada desde la fe, no se convierte en un camino de algodón. Es un mirador que te permite percibir la realidad con momentos tortuosos y oscuros, con valles de alegría y paz y también, con la incertidumbre
de caminos que se cruzan, sin ver el final, y obligándote a elegir. El mirador de la fe te proporciona un acercamiento a las personas como son y se mueven; con sus búsquedas, verdades y ambigüedades. Pero al darte perspectiva te posibilita ver también como la historia humana, la de cada persona, es una historia de salvación en la que se clarifica el don de la gracia que es el signo que sostiene el creador en cada creado.
Te invito a cambiar el mirador este verano. Procura buscar el mejor lugar de tu vida, que es un día cualquiera. Ponte cómodo o cómoda, que es el mejor modo de proyectar bondad y verdad, si primero te aceptas y quieres. Sube, concédete el esfuerzo de creer que tienes que cambiar y mejorar, sino difícilmente adquirirás altura para que nada te estorbe. Disfruta el silencio y la escucha; está demostrado que los ruidos de la vida y de tantas cosas ocultan el valor de lo que no pasa, ni se pierde, ni se tasa.
Y ahora sí, ya libre, dedícate a contemplar. Verás como lo que antes te parecía vulgar, ahora se muestra original; lo que no tenía nada de apetecible, ahora te atrae; quien creías que nada te podía enseñar, tenía guardadas lecciones y creatividad insospechadas. Verás como todo cambia, cuando en realidad todo estaba en su sitio, donde está. Lo único que ha cambiado es tu vida, tu forma limpia de mirar y el esfuerzo con el que estás construyéndote de nuevo, que te ayuda a hacerlo todo posible. En realidad solo ha cambiado que has salido de lo cómodo, de la rutina y te has arriesgado a mirar… Eso sí, a mirar lejos y mirar bien.
El don de la fe y la mirada que proporciona a la vida no es un baúl de seguridades para protegernos ante una realidad que no sabemos mirar. Todo lo contrario, arriesgarse a creer es arriesgarse a ver, coger altura y no perderse en proyecciones que distorsionen lo real. Por eso, que este tiempo, sea propicio para salir de lo conocido y frecuente y, si te atreves, grita en tu interior: «Señor, que vea».
Francisco Javier Caballero, CSsR
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