Una JMJ con sabor a San Juan Pablo II
En la clausura de la Jornada Mundial de la Juventud que tuvo lugar en Río de Janeiro en julio de 2013, el Papa Francisco anunciaba el lugar donde se celebraría la siguiente JMJ en agosto de 2016:
¡Cracovia!
Dicen los entendidos que la idea se venía forjando desde la JMJ de 2011 en Madrid, bajo el pontificado de Benedicto XVI. En todo caso, la opción por esta ciudad europea no fue casualidad. Cracovia es la tierra de San Juan Pablo II. Así, la misma JMJ serviría como homenaje a su vida entregada al servicio de la Iglesia y cerraría un ciclo de actos programados relacionados con el papa polaco entre los que se contemplaron su beatificación y canonización. Esto ha quedado patente por las múltiples e insistentes referencias que se hicieron a San Juan Pablo II durante el encuentro.
Las estructuras que impiden la creatividad son más humanas
que divinas
Ante esta convocatoria, peregrinos de todo el mundo y de todas condiciones nos pusimos en marcha desde nuestros lugares de origen para acudir al lugar donde nos convocaba el papa Francisco para esta ocasión. Los cálculos hablan de dos millones de jóvenes aproximadamente, muchos de los cuales se sumaron a los distintos grupos de movimientos, congregaciones o diócesis que iniciaban su peregrinación en lo que se conocen como “DED” (días en las diócesis), donde son distribuidos por lenguas y acogidos en las familias locales que abren sus casas. Los jóvenes de las distintas comunidades redentoristas del mundo también iniciaron su peregrinación en la ciudad de
Wroclaw como preparación a la JMJ propiamente dicha, donde tuvieron varios momentos de encuentro a través de los que pudieron compartir la alegría de pertenecer al mismo carisma misionero.
Poco a poco los peregrinos de todo el mundo nos fuimos acercando hasta Cracovia con el único motivo de compartir la fe y encontrarnos una vez más con el Señor en la grandeza de nuestra familia universal, que es la Iglesia. Una vez allí, la dinámica venía marcada por el programa con catequesis de los obispos en diferentes iglesias y lenguas cada mañana; festivales de música y otras acciones más creativas en distintos puntos de la ciudad por la tarde y, finalmente, los actos centrales con la presencia del Papa del 28 al 31 de julio: Ceremonia de Apertura, Viacrucis, Vigilia y Eucaristía.
Pero no quiero detenerme en una especie de crónica sino buscar en lo que allí vivimos algunas claves que puedan iluminar la vida de nuestras comunidades o, incluso, nuestra propia experiencia de fe.
Cuatro son las claves que he experimentado y que quisiera compartir con todos los lectores: novedad, unidad, pluralidad y alegría.
“¿Las cosas se pueden cambiar?”
En uno de los momentos de mayor fuerza e irradiando una gran alegría, el papa Francisco dijo a todos los jóvenes en la ceremonia de apertura:
“En los años que llevo como Obispo he aprendido algo que quiero compartir ahora: no hay nada más hermoso que contemplar las ganas, la entrega, la pasión y la energía con que muchos jóvenes viven la vida. Esto es bello. ¿De dónde viene esta belleza? Cuando Jesús toca el corazón de un joven, de una joven, este es capaz de actos verdaderamente grandiosos. Es estimulante escucharlos, compartir sus sueños, sus interrogantes y sus ganas de revelarse contra todos aquellos que dicen que las cosas no pueden cambiar, a los que llamo “quietistas”. Para ellos nada se puede cambiar. Sin embargo los jóvenes sí tienen la fuerza de cambiar esto. Aunque parece que algunos no están seguros… por eso les pregunto: ¿las cosas se pueden cambiar?”.
Es muy enriquecedor compartir espacios de fe
con otros modos de expresión
Evidentemente respondimos un gran “¡sí!”, que arrancó el aplauso y el entusiasmo de todos los presentes. Poco después volvía a insistir: “Les pregunto una vez más: ¿Las cosas se pueden cambiar?”, de nuevo respondimos ¡sí!
Estas palabras nos hablan de la voluntad del papa Francisco por dejar espacio a la novedad en la vida de la Iglesia. Tiene la certeza, y yo con él, de que el Espíritu Santo lo hace todo nuevo y de que las estructuras que encierran e impiden la creatividad, la audacia y la novedad son más humanas que divinas.
La clave del encuentro que más me ha cuestionado
es la experiencia de pluralidad
Siempre que reflexiono en torno a “la novedad” pienso en aquella primera “estructura” sobre la que discutieron Pedro y Pablo en el que se conoce como Concilio de Jerusalén, y que decía que la salvación solo era posible para los circuncidados (para los que provenían del judaísmo) y, por tanto, solo a ellos había que anunciar
el Evangelio. San Pablo se enfrentó a san Pedro y consiguió iluminar con la novedad del Espíritu esta realidad que permitió anunciar la Buena Noticia a los gentiles, a los no circuncidados, a los alejados, a todo el mundo. Parecía algo inmutable, que no se podía cambiar, que no se adecuaba a la Ley, que no era voluntad de Dios… y, de hecho, se cambió. Nos hará mucho bien poner nuestra fe solo en Dios y no en los aspectos secundarios, modos de vivir la fe o estructuras que pueden y deben cambiar.
Somos “uno”
A parte de la experiencia de la novedad como una de las claves que acompañan a la juventud y que el papa quiso enfatizar, otro de los aspectos más llamativos para los que asistimos a este tipo de encuentros es siempre el de la unidad. No deja de sorprender que jóvenes de todo el planeta se reúnan en un mismo lugar, con un mismo fin y sintiéndose parte de una misma familia. Esta unidad, cuanto menos, debe cuestionar a los que contemplan el evento como meros espectadores.
Pero, además, hemos vivido gestos concretos en los que la unidad se ha hecho más amplia y patente. Supuso un gran testimonio para todos ver a los líderes polacos de las diversas confesiones cristianas compartiendo algunos momentos con el conjunto de obispos y sacerdotes católicos.
Incluso estuvieron presentes durante la Eucaristía de apertura, en la que se leyó el Evangelio dos veces: una en rito latino y otra según el rito oriental.
Es muy enriquecedor compartir espacios de fe con otros modos de expresión y con otras sensibilidades y nos vuelve mucho más universales, más respetuosos, más abiertos, en definitiva, más católicos. Esta experiencia nos abre también a otra realidad que necesita ser iluminada un poco más en nuestra sensibilidad religiosa española y europea: unidad no es uniformidad. La unidad se da en la vida común y nos hace sentir a todos parte de un mismo proyecto; es lo que llamamos “comunión”. Compartimos la misma fe, la misma Palabra, el mismo Pan y el mismo servicio. Nada tiene que ver esto con que compartamos el mismo atuendo o el mismo modo de expresión litúrgica. De hecho, la experiencia de la unidad que se vive en la JMJ viene complementada justamente por la experiencia de la pluralidad.
La era de la uniformidad ha dado
paso a la era de la pluralidad
Uno, pero de muchos colores
La clave del encuentro que más me ha cuestionado es la experiencia de la pluralidad. ¡Es algo hermoso! Era un regalo caminar por las calles de Cracovia llenas de camisetas, zapatillas, pantalones, chubasqueros… ¡y rostros! de todos los colores.
Pero el regalo más grande y sorprendente era compartir espacio con el que reza o celebra de modo distinto al que estamos habituados, quizá porque tenemos en mente esa idea cerrada que nos dice que no hay novedad posible en lo referente a la liturgia… Basta salir para darse cuenta de que, de hecho, la liturgia aquí o allá, e incluso entre un grupo y otro del mismo país, tiene distintos matices que la hacen particular. Y es que, aunque todos somos católicos, los modos de expresión de la fe se asemejan más a un arcoíris.
Me fascinó compartir una mañana la catequesis y la Eucaristía con varios grupos de América Latina. El Obispo que nos presidía… ¡un Obispo! no tenía reparo en cantar, animar, dar palmas y “movernos” de nuestros asientos cuando veía que nos íbamos apagando. Incluso durante la Eucaristía se dirigía a la asamblea con total cercanía y espontaneidad… Sin serlo, me pareció que lo que allí vivía era muy redentorista.
También disfrutamos mucho con un Obispo africano…
Damián M.ª Montes, CSsR