La vida tiene el color que quieras ver. Por mucho que nos empeñemos habrá quien todo lo vea gris, o encuentre peros a lo que parece perfecto. Siempre ha existido un pesimismo que condiciona la esperanza y, desgraciadamente, en medio del mundo, la Iglesia –todos nosotros– no nos hemos caracterizado, a lo largo de la historia, por ser signo de esperanza.
Entramos en la cuaresma que bien sabemos es un tiempo privilegiado de reflexión, búsqueda de la verdad de Dios y caridad. Quizá la insistencia, en otro tiempo, en la reparación en lo negativo o la visión del ser humano solo como pecado, ha condicionado una correcta visión de la cuaresma como oportunidad para la esperanza. Todo depende de dónde te sitúes, o lo que vivas. Es en verdad un tiempo litúrgico fuerte porque nos recuerda la voluntad de amor de Dios, la necesidad de dar pasos firmes a favor de la fraternidad y la urgencia por decidir, pensar y actuar, de quien se sienta cristiano, conforme al evangelio. Esto, sin embargo, lejos de ser un recordatorio de la negatividad, es una ventana abierta a un estilo de vida nuevo y feliz. Un rayo de luz y una esperanza inaudita.
Nuestra portada es un claustro que ha visto pasar muchos años. Está desconchado y sus paredes nos hacen pensar en mañanas de escarcha, calor intenso de verano y madrugadas de hielo. Es el paso del tiempo y de los acontecimientos; la historia vivida con otras personas la que nos va dejando recuerdos de sus vidas hasta configurar la nuestra. Como el claustro, cada uno de nosotros, podemos dedicar la cuaresma a una auto-contemplación de heridas, para recrearnos en el dolor, o sentirnos impulsados a buscar la luz, dejando que entre en el interior, que ilumine las zonas de oscuridad, que ponga calor en nuestros fríos, que nos traiga fuerza para salir al encuentro del otro, especialmente aquel, que espera luz.
Seguro que mirándonos desde esa luz, descubrimos que el verdadero camino cuaresmal tiene que alejarse de todo voluntarismo y prejuicio y, por el contrario, nos ha de llevar a un viaje de gratuidad y gracia que nos reconcilie con nosotros mismos para ser encuentro y reconciliación con los demás.
Conforme maduramos descubrimos que el paso de la noche a la luz no es instantáneo, aprendemos lo que significa la espera. Incluso nos ejercitamos en su cuidado. En realidad, la cuaresma, no es sino la espera dichosa de la luz. Con sus sombras, donde parece que la noche se alarga, pero con la secreta confianza de saber que, indudablemente llegará el amanecer, la luz del día, la claridad. Porque el tiempo cuaresmal es preparación para el cambio, aquel que no tienes que evaluar tú, sino tu Padre, que «ve en lo secreto» que es quien hace nacer en ti y en mí lo mejor de nuestro ser persona para vivir y convivir con otros.
Francisco Javier Caballero, CSsR
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