Lejos están aquellas convocatorias masivas donde el pueblo de Dios, fiel y paciente, acudía -con más o menos entusiasmo- a las invitaciones que salían de los distintos agentes eclesiales. La vida, el mundo, la sociedad e incluso, la Iglesia, están en un proceso de cambio. Y a los creyentes no nos queda otra que asumir y dar respuesta desde el Evangelio. Así lo entiende el Papa Francisco en “Evangelii Gaudium” y así lo demanda la realidad eclesial que contemplamos.
El carisma, la misión que hemos recibido -según afirma el Papa- no es un tesoro a guardar sino una riqueza a compartir y multiplicar. Hace poco celebrábamos la resurrección, Jesús se nos aparecía como luz que alumbra el mundo, en Él no hay oscuridad alguna. Tal vez este tiempo pascual sea propicio para tomar el pulso a nuestra vida y lanzarnos de nuevo a lo nuevo.
El momento requiere pasión y coraje. Y, sabemos que no todo el mundo está llamado a recorrer este camino inédito de la Iglesia, pero sí necesitamos que cada uno, según sus posibilidades, aliente e impulse este proceso de conjunto que es más grande que nuestras metas individuales. Ante este reto nos solemos posicionar de diferentes maneras:
– El nostálgico: sueña con volver a una Iglesia pasada que ya no existe. Son las personas que boicotean al Espíritu, que impiden que este tiempo sea también reconocido como tiempo de Dios. Solo hablan de batallas pasadas más glorificadas que gloriosas y prefieren seguir ahí, en el túnel del tiempo. El presente no les interesa.
– El presentista: es aquel que está tan atrapado por lo inmediato que es incapaz de hacer una lectura global de la realidad. Está lleno del “hacer” pero todavía no ha descubierto la grandeza del ser. No es capaz de mirar el futuro con esperanza ni al pasado con gratitud. Solo existe el “ahora”. Mi trabajo, mis estudios, mi casa…
– El soñador: también conocido como “loco” o “desadaptado”. Es el que tiene un sueño. Una visión o, incluso, un gran deseo que le empuja a vivir el presente con realismo y frecuenta el futuro con esperanza. Es el líder, es decir, aquel que es capaz de convocar en torno a un ideal o proyecto, que sabe que es más grande que el suyo propio: el plan de Dios.
La Iglesia necesita líderes de lo bueno. No tanto personas que digan qué hay que hacer y cómo hay que hacerlo, sino personas que lo vivan. Sin palabras, sin discursos manipuladores muestren con su vida la parábola del Reino.
Algunas propuestas se han reconvertido y han vivido su lógico proceso hacia este tiempo. Otras se han quedado descolgadas en el túnel del tiempo, solo para nostálgicos. Al ser cristiano se nos está pidiendo un paso al frente, un “aquí estoy”, dejar nuestros lugares cómodos, nuestros cansancios tediosos y acudir a otra llamada, ágil y sin muchas ataduras. La portada de este mes está llena de gente, como tú y como yo, que ha decidido dar ese paso al frente… y tú ¿te atreves?
Francisco Javier Caballero, CSsR