Pocos gestos tan expresivos como una puerta que se abre. Estamos en un pontificado cargado de signos y de realidades. Se acaba de iniciar el año de la Misericordia. Una palabra, un lema y una intención: convertirnos en ofrenda de posibilidad ante la confusión, la debilidad y el dolor de nuestro mundo.
Abrir las puertas de la misericordia es abrir el corazón al cambio. Los pesados quicios, que tienden a cerrarnos o encerrarnos en lo propio, necesitan engrasarse para recobrar agilidad y que todos los que lleguen, entren y, lo mejor, se encuentren cómodos. Es una vocación y una responsabilidad. Quizá hemos gastado mucho tiempo −demasiado− en cerrar, clasificar, señalar o separar, y la clave para este tiempo sea otra: unir, sumar, invitar, reconocer y convocar. Es otra perspectiva de fe y de misión. Y la verdad es que nos cuesta asumirla, porque supone mucho más que buenas palabras o llamativos gestos.
Abrir el corazón, como pretende el papa, va a permitir que muchas actitudes cambien, que nuestra pastoral se oxigene y abra, que algunos estilos desaparezcan. Va a posibilitar aquella “tienda de campaña”ágil que no está para esperar a que la necesidad se presente, sino para salir al encuentro de la realidad, sea la que sea y esté como esté.
Ser cristiano no es un“estatus”desde el cual juzgo, interpreto y valoro, sin que lo que ocurra me afecte. Es un compromiso de amor con el mundo −en el cual el Espíritu se expresa− y que me va a llevar a terrenos muy desconocidos y nuevos, porque cuando uno ama en clave evangélica no hay freno ni medida, hay exageración de Reino.
La misericordia y sus tradicionales obras se convierten, así, en una absoluta novedad. No tanto porque jaleemos términos conocidos con palabras actuales, sino porque habíamos perdido la praxis de pasar del texto al contexto, de la literatura a la vida. Bien viene recordar y recordarnos que el compromiso de fe exige obras significativas que cambien la exclusión en integración, lo escabroso en llano, la negación en posibilidad.
El papa sueña con una Iglesia en salida. Se ha puesto en camino. Nosotros recibimos la invitación. No se trata de interpretar palabras o gestos, se trata de ponernos a caminar y mientras vamos por el sendero de la vida, sentir cómo“nos arde el corazón”cuando aprendemos a amar, o perdonar, o reconciliar o acoger a quien es diferente, o más débil o piensa muy distinto a nosotros.
¡Buen itinerario de la misericordia!
¡Buen itinerario de la misericordia y feliz año nuevo!
Francisco Javier Caballero, CSsR
director@revistaicono.org
[divider]
Más que una imagen…
El logo y el lema del Año Jubilar son una buena síntesis de lo que será este año de la Misericordia. Con el lema ‘Misericordiosos como el Padre’ se propone vivir la misericordia siguiendo el ejemplo del Padre, que pide no juzgar y no condenar, sino perdonar y amar sin medida. El logo –obra del jesuita Marko I. Rupnik– se presenta como un pequeño compendio teológico de la misericordia.
Muestra al Hijo que carga sobre sus hombros al hombre extraviado, recuperando así una imagen muy apreciada en la Iglesia antigua, porque indicaba el amor de Cristo que lleva a término el misterio de su encarnación con la redención. El Buen Pastor con extrema misericordia carga sobre sí la humanidad y sus ojos se confunden con los del hombre. Los tres óvalos concéntricos, de color progresivamente más claro hacia el exterior, sugieren el movimiento de Cristo que saca al hombre fuera de la noche del pecado y de la muerte. Por otra parte, la profundidad del color más oscuro sugiere también el carácter inescrutable del amor del Padre que todo lo perdona.