Hay meses en los que parece que no pasa nada. Otros, sin embargo, se agolpan a borbotones las noticias, tanto que parece que no las vamos a procesar. Claro que todo depende de lo que cada uno viva o cómo le afecten los acontecimientos. Mayo es, por antonomasia, un mes de vida. El tiempo en el que ésta se renueva, brota y crece. Es el mes donde diariamente actualizamos la resurrección, el triunfo de la esperanza y, en él,por supuesto, María, el signo de la vida de todo lo creado.
Conforme crecemos vamos aprendiendo a celebrar. De la necesidad adolescente de que todo te salga “redondo” vamos evolucionando hacia un discernimiento en el que, hábilmente, vamos quedándonos con lo bueno. Aprendemos así que, en la vida, no podemos buscar un solo color, ni una sola luz; porque vivir es transitar por un mundo de claro/oscuro. Pero el quid está en que nunca se nos olvida que buscamos la luz, la conocemos, la recordamos y eso basta para evocar y recrear momentos de felicidad.
Habrá quien piense que todo es efímero. Que tan pronto celebramos como nos lamentamos. Que difícilmente encontramos un estilo y un modo de ser donde expresemos, durando en el tiempo, “qué bien estamos aquí”. Y es verdad. Pero no lo es menos que quienes han tomado el gusto de la vida, saben encontrar ese gozo en cada instante, en todo lo que hacen y con quienes están. Nuestro mundo sería bien diferente si abundasen personas así. Nuestras comunidades cristianas recuperarían el mejor camino de la divinidad, que es la humanidad, si practicasen habitualmente ese gozar en lo que están, con quien están y en lo que hacen.
Pertenecemos a un contexto social y cultural en el que se suceden los acontecimientos sin haberlos vivido ni pensado. Vamos acumulando infinidad de experiencias gastadas a las que no les hemos dado la oportunidad de enriquecernos. Es el consumo. Y en esta dinámica destructiva, lo peor es que también hemos integrado algunos valores que, en sí no son –no pueden ser– consumibles. Amor, verdad, bondad… son palabras de mayúscula que casi uno no se atreve a pronunciar sin sonrojo.
Nuestra portada es algo tan bello y efímero con la luz de una bengala. Ciertamente está llamada a consumirse y hacerlo rápidamente. Es un signo del consumo de las esperanzas de nuestro tiempo, pero también puede ser una llamada a cuidar los signos, a valorar la vida y las personas en cada encuentro, en cada saludo y en cada gesto. Mayo, puede ser como una bengala en tu vida y en la mía. Podemos volver la mirada a María y, con ella, aprender a vivir intensamente cada instante y cada encuentro; cada acontecimiento, aunque sea terriblemente duro como la Cruz, siempre presente. Con ella, podemos descubrir que el valor de la vida y las personas en ella, no consiste en que todo te salga bien, sino en ser capaces de vivir con intensidad.
Francisco Javier Caballero, CSsR
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