Desgraciadamente una puerta oxidada puede tener la cerradura en perfecto estado. Vamos percibiendo como la sociedad que recreamos los que podemos, tiene sus cimientos deteriorados. Las noticias sobre corrupción a gran escala, o en la pequeña relación, son más frecuentes de lo que soñábamos. Cualquiera de nosotros tenemos que preguntarnos con honestidad que concesión hacemos a la posibilidad de actuar, juzgar o mercar a favor de los propios intereses. A veces, llego a pensar si, en el fondo, no estaremos encantados del «microclima » que hemos creado los cristianos permitiéndonos examinar una sociedad desde nuestros grandes valores que no siempre vivimos. El Papa Francisco no deja de interrogarse e interrogarnos sobre algunas seguridades eclesiales que hemos creado que hoy son innecesarias o se han quedado sin alma. Cuaresma es, en verdad, una invitación a la honestidad, a ponerle nombre a las cosas y a enfrentarnos con la propia pulsión por querer triunfar.
Estos días estamos siendo testigos mudos de cómo nuestro país se «protege» frente a quienes quieren entrar en él. Vallas que terminan en cuchillas, imágenes de grupos humanos que nos recuerdan manadas que intentan salvarse frente al cazador… gestos de triunfo, cuando solo se ha logrado saltar la valla para terminar en la reclusión. Me pregunto si podemos seguir así, si somos propietarios de fronteras y puertas aunque éstas estén oxidadas. Me pregunto si se parece en algo al sueño de Dios.
Lo fácil, no obstante, es dedicarnos a las grandes declaraciones.Aquellas que no van a cambiar un minuto de nuestra costumbre. Lo difícil, el reto verdadero, es preguntarme hoy y ahora en qué puedo cambiar. Qué nuevo estilo de misericordia me está exigiendo la fe; qué economía, qué amistad y qué compromiso comporta que sea cristiano. El camino cuaresmal invita este año a quitar las puertas que estén oxidadas. ¡Mejor no tenerlas…! Invita a que, una vez abiertas, lancemos las llaves al mar para que crezcan las fronteras y la conciencia de familia conforme al querer de Dios. Invita y exige que antes de releer las desgraciadas cifras de la corrupción de los poderosos, ofrezcamos cada uno pan al hambriento, consuelo al triste y apoyo al excluido. Cuaresma es, o puede ser, la palabra primera para que contemple, sin juzgar, a mi familia, mi grupo o mi trabajo. Y así, reconociéndolo, entienda que el gran sentido de la vida es el crecimiento en comunión y fraternidad, también con el que no piensa como yo, ni comparte mis ideas… porque sólo así, descubriré que la puerta, ya oxidada, gastada y llena de herrumbre es la antesala de la libertad que Jesús ofrece a todos los que le siguen.
Francisco Javier Caballero, CSsR